Se llaman María y Andriana. En ese orden dicen que nacieron. Nunca me pareció justo que entre gemelos se tuviera que decidir cuál es el mayor, después de haberse aguantado tanto tiempo en un sitio tan confortable como estrecho.
Adriana y María son mis sobrinas, las que han hecho que mi hermano y Barbara se estrenen en esto de ser papás. Les pega. Les irá bien. Lo sabrán hacer. Y por doble.
Como los otros dos, Nora (¿hice yo estas fotos?)y Elías, tendrán su pequeño guiño fotográfico, si se dejan los papás y las nenas.
Aún no sé si son idénticas, pero en cualquier momento nos ponemos a jugar en mi casa a las siete diferencias. Tampoco sé a quién se perecen, porque yo en eso soy muy malo, pero son dos ricuras (queda descartado, por tanto, un parecido razonable con el tío paterno).
PS: Este post también se podía haber titulado: "Uno más, y ya tenemos equipo titular de basket/ futbito". O: "En unos años mi hermano podrá jugar al mus en su casa". O: "Doblo sobrinos" O:"Bienvenidas".
jueves, 25 de marzo de 2010
lunes, 15 de marzo de 2010
Dormido
9 de la mañana. Toda la noche editando sin ton ni son. Entro en la farmacia. Pido droga: Gelocatil y cepillo de dientes para viajes y para gente que trabaja fuera con dentífrico incorporado; no sé que coloca más. Pago con tarjeta. La mujer con bata tiene unos 40 años y no destaca por su belleza pero tampoco por su fealdad. Dato importante, por lo que viene: me extiende el papelito para confirmar el pago, y en lugar de estampar mi firma empiezo a escribir mi numero de teléfono. Cuando llevo tres cifras, empiezo a reirme solo y los seises se convierten en un arrepentimiento de firma.
lunes, 8 de marzo de 2010
Aún queda
Madrid. Autobús de la línea 5. Una pareja de ancianos se suben. Él, primero, con paso firme apoyándose en un bastón. Tiene un ligero bigote, y en la solapa de su abrigo oscuro luce una suerte de condecoración de la guerra civil (bando nacional, un detalle que tampoco hay que elevar a categoría). Ella sube justo después. Él avanza y se sienta al lado mía. Ella se dispone a sentarse en un sitio vacío, individual, en la cabecera del bus. Me doy cuento y le cedo mi sitio. "No te preocupes majo, que prefiero ir aquí", dice ella, con una voz entreñable. Y en esas el hombre, que no había dicho nada y no esperaba yo que dijera nada, suelta: "¡Qué te vengas aquí!". "No", responde ella, "me hace ilusión sentarme aquí". Ilusión: "2. f. Esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo". Él: "¡Te he dicho que vengas aquí!". Ella se levanta, con la cabeza cabizbaja, me mira con casi llorosa, llena de rabia, y me dice: "Quién manda, manda, y quien obedece, obedece".
Los observo. Me imagino su vida. Estoy convencido que el cabrón no sabe ni donde tiene sus calzoncillos, que su mujer ha dedicado la totalidad de esa parte de vida compartida a que semejante capullo viva tan ricamente, y ella viva subyugada a sus gritos y sus mandos. No creo que le haya puesto la mano encima. Tenía pinta de haberla sometido con su autoridad.
Pese a todo él tiene peor cara. Quizá tener una jeta de amargado, esa postura de entrecejo fruncido todo el tiempo, le acorte su vida. Que se joda si vive mucho menos que ella. Pero lo peor es que su ausencia, podría llevarla a ella a no saber vivir sin un cabrón al que lavarle la ropa, porque ella está tan convencida de que no son los gritos los que mandan, sino que lo quiere, lo ama y lo adora. Incomprensible. Mejor sería que, tras unas lágrimas de rigor en el funeral delante de sus hijos, por eso de disimular, ella se dijera: "Por fin me podré sentar en el asiento que me dé la gana". Lunes, 8 de marzo de 2010. Qué paradoja.
Los observo. Me imagino su vida. Estoy convencido que el cabrón no sabe ni donde tiene sus calzoncillos, que su mujer ha dedicado la totalidad de esa parte de vida compartida a que semejante capullo viva tan ricamente, y ella viva subyugada a sus gritos y sus mandos. No creo que le haya puesto la mano encima. Tenía pinta de haberla sometido con su autoridad.
Pese a todo él tiene peor cara. Quizá tener una jeta de amargado, esa postura de entrecejo fruncido todo el tiempo, le acorte su vida. Que se joda si vive mucho menos que ella. Pero lo peor es que su ausencia, podría llevarla a ella a no saber vivir sin un cabrón al que lavarle la ropa, porque ella está tan convencida de que no son los gritos los que mandan, sino que lo quiere, lo ama y lo adora. Incomprensible. Mejor sería que, tras unas lágrimas de rigor en el funeral delante de sus hijos, por eso de disimular, ella se dijera: "Por fin me podré sentar en el asiento que me dé la gana". Lunes, 8 de marzo de 2010. Qué paradoja.
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