Cogí el tren en Atocha a las 8.15 de la mañana, sin haber dormido nada, porque salí con Rosa y Elvira a cenar en el Picanha, a tomar un par de copas en el “100 por 100” para terminar en un karaoke callejero improvisado cantando Revolver, Ismael Serreno, Los Rodríguez...
El trayecto es de unas seis horas. Ya de por si pesadas, pero más si le añades que a tu lado va una borde con el dedo corazón vendado haciéndote la señal del “jódete” todo el rato, hay una vieja en tu mismo wagón, dos filas más adelante, con un gato que se orina cada dos por tres, y con tu asiento que solo puede permanecer en la posición de rigor mortis, porque el sistema de reclinación no funciona.
Me fui a la cafetería y allí pasé el resto de las cuatro horas, apoyado malamente sobre la mesa, y dando algunas cabezaditas.
Nada más poner el pie en Algeciras me llegó el calor sofocante y húmedo que hace por estas latitudes. No es el calor de Madrid, que ni para atrás te acostumbras. Aquí el calor te parece insoportable el primer minuto, pero te acostumbras y no lo tienes casi en cuenta.
Tuve suerte con el barco, y logré embarcarme, sin colas, en el euroferry Atlántica, un barco grande, con una cubierta generosa. En estas fechas, los buques que cubren el trayecto entre Algeciras y Tánger están repletos de emigrantes marroquíes que vuelven a sus casas. Siempre se les ve cansados a estas alturas del viaje. Muchos vienen desde Francia, Bélgica, Holanda, Alemania...por lo menos llevan dos días en carretera, con los coches cargados de regalos y mercancía para vender. Una vez vi una furgoneta que en el techo llevaba un baño completo, con su bañera incluida. Así de cargados la conducción debe de ser lenta para ser segura, y así monótona y cansina.
Este año veía que venían más felices, más alegres. Los niños, como siempre, correteaban por cubierta de popa donde me había tumbado en un banco a dormir la quinta siesta del día. Los mayores, normalmente, están ya apagados y cansados. Este año, estaban más contentos. Algunos dicen que en Europa se les está estigmatizando tras los actos terroristas cometidos por la gentuza de siempre, y la vuelta a Marruecos les hace olvidar un poco esa presión.
Otra vez como siempre, se les iluminaba aún más la cara cuando la bahía de Tánger se dibujaba cada vez más. La proa enfiló el puerto, y de nuevo como siempre, el Atlántica tardó en atracar, porque si el capitán navegar navega bien, lo de aparcar el trasto no es lo suyo.
Nada más abrir la escotilla para que los pasajeros salgan presurosos, me di cuenta de que estaba en Marruecos: dos personas acababan de llegar para hacer arreglar la rampa mecánica que nos permitía bajar del buque; habían tenido todo el día para arreglarlo, pero hasta el último momento nada. Parecía que no sabían lo que hacían: un par de golpes de martillo, cables conectados al azar y la rampa, tras media hora de espera y chispazos al aire, se pone en marcha. Bienvenue au Maroc. Uno se abre la cabeza y, como si de una tarjeta sim de teléfono se tratara, cambia el chip para coger la cobertura marroquí.
Con el Chip cambiado llegó a casa. Mi madre me avisa de que ha venido Sohra. Sohra es mi tata, por así decirlo. Ahora, con 40 años, tiene cuatro hijos y vive en un pueblo del interior, Had el Garbía, afortunadamente a pocos kilómetros de Arcila, cuidad que le sirve para evadirse.
Sohra siempre ha sido una mujer luchadora, de las que crean escuela y cuadrilla allá donde va. En su pueblo, ella es la única mujer que sabe leer; se empeña en leerles el periódico a las mujeres y explicarles, a su genuina manera, lo que pasa en el mundo. Además desde su llegada al pueblo de su marido, las tiene revolucionadas con su mentalidad más abierta. Oírla hablar te reconforta y divierte.
Como muchas mujeres de Marruecos, es ella quien lleva el peso de la casa. Su marido es mayor y, soldado raso ya jubilado, solo se dedica a ir impecable por el mundo. “Va al café todo planchado y elegante. Parece un ministro” me decía Sohra con su risa que siempre ha sido contagiosa. Entre risas y exageraciones, te cuenta que ella es la que tiene que administrar “la fortuna de la familia” y planificar el destino de sus cuatro hijos. A ello dedica su vida, con la alegría de siempre. Sus cuatro hijos, en ese sentido, va muy bien encaminados.
El stress juvenil: lo de nuestra selectividad, señores, es una supina tontería comparado con lo que tienen que hacer aquí los jóvenes que acaban el bachillerato. Para quitar potenciales estudiantes universitarios y desmasificar las facultades, el Estado ha impuesto que el bachillerato solo tenga validez de dos años. Si al tercero no te han aceptado en algún lugar, tienes que volver a repetir el bachillerato y la selectividad. Así se maquilla aquello de que en Marruecos hay muchos universitarios parados. Los que quieren estudiar y llegar a la universidad se dejan todo en la silla, en un mundo cada vez más competitivo. Y una vez alcanzado y culminado el Gaudeamus igitur, la dura lucha de ser un parado universitario de eterna duración.
Sohra, antes de marcharse, me ha dejado hechos los mejores regaif que se hacen en el mundo. Los regaif son una especie de tortas hechas a base de harina, huevos, aceite...y muchas horas de amasar. Es mi desayuno de estos días, hasta que se acaben.
El rencuentro: el trío ha vuelto a reencontrarse. Como todos los años, Alex, Anas y servidor vuelven a coincidir en verano. A la media hora de llegar a casa, ya estaban llamando insistentemente a mi puerta. Abrazos palmaditas, y “vamos a cortarnos el pelo”. Quedo en que voy a buscarles donde Anuar (ya lo presentaré) porque estoy esperando a que llegue mi padre para que me deje mi Fiat Uno
Cuando por fin tengo coche, me voy a por estos dos locos de la vida. El centro de Tánger está repleto a estas horas. En verano, esta ciudad triplica sus habitantes: por un lado los emigrantes que vienen de Europa, y por otro los que vienen huyendo del sórdido calor del sur del país. No se puede ni caminar. Te van placando y empujando sin querer. Hay que acostumbrarse a ir esquivando.
Llegó a la peluquería y ya se están yendo. He logrado rescatar mi cabellera, al menos un par de días más. Inexorablemente, tendré que reducirla.
El día 2 ha sido muy tranquilo: dormir, un poco de golf, postear sobre Hiroshima y Nagasaki y hacerle un blog a mi madre. Esta ilusionada con esto de tener un blog. Por la noche me dedico a la Iliada, porque Anas y Alex están igual de rendidos que yo, y decidimos no salir. Ya he aterrizado en Tánger.