Entrada del diario del cabo Peter Walles, de un batallón del ejército de los Estados Unidos fechado el 11 de noviembre de 1918, el mismo día que Alemania firmaba el armisticio:
Ella estaba guapísima. Era un ángel. Sus ojos se acercaron hacia mí. No hablaba: su boca se ocupaba de sonreírme. Se iba acercando; sus labios ya estaban casi tocando los míos, cuando el olor a pólvora, ocre, sangre y barro, todo en uno, se metieron de nuevo en mi nariz, al respirar más profundamente con la emoción de su beso.
Abrí un ojo, y me di cuenta de que todo había sido un sueño. Me reconforta porque es el primer sueño agradable que he tenido en toda esta maldita guerra. Tengo unas ganas locas de verla, besarla y decirle que nunca me separaré de ella.
Seguimos estancados en la última posición; a cinco metros esta el cuerpo de Bob. Hace dos semanas que no podemos sacar los cadáveres de aquí. Cada dia por la tarde toca llevarlos a una zona, donde los amontamos como sacos de patatas.
Ayer murió Bob. Una bala alemana le dio en toda la cabeza, cuando se levantó por encima de nuestra trinchera para estirar su espalda; había calma, por eso se creía seguro. Ya no hay un fuego continuo; hacemos disparos de compromiso, para seguir recordando que estamos en guerra, en el campo de batalla. Yo ya no apunto, solo disparo. Hace 4 días los hunos intentaron avanzar hacia nuestra posición. Les rechazamos.No atacaron con Gas, y eso nos animó a resistir aún un poco más."
Diario del Sargento Schneider. 11 de Noviembre 1918
Ni nosotros ni las líneas enemigas se mueven. Ayer hablé con mi capitán. Le propuse que intentáramos avanzar hacia la línea enemiga; me contestó que no tenía sentido. Ya lo habíamos intentado días atrás. “Sería una acción aislada. Ya no sabemos que piensa el mando; además bastante hemos hecho con conservar la posición, después de la envestida que nos metieron”. Se refería a la potencia con que habían tomado su última posición. La comunicación con la retaguardia lleva cortada una semana. El ultimo correo llegó entonces, a través de un joven recluta en bicicleta. "Intenten avanzar todo lo posible2, decía.
El capitán y yo hemos decidido reorganizar la vida del batallón. Ante los actos de pillaje que cometían nuestros soldados con sus compañeros muertos, hemos decidido imponer la confiscación de todo material de los caídos, salvo el uniforme. Los bienes personales se los guardaríamos para hacérselo llegar a la familia. El resto de enseres útiles pasarían a formar parte de nuestra logística.
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Ayer murió el capitán. Escuchamos un disparo seco, de madrugada. Nos acercamos enseguida, a él. La bala le entró por el lado derecho de la cabeza. Su cuerpo estaba en el suelo. Sobre la mesa estaban los mapas y una foto de su esposa. Ahora estoy al mando.
Diario del Cabo Peter Walls, entrada del 13 de noviembre.
Llevamos unas horas sin tiros. El chico de Filadelfia ha sacado su armónica y se ha puesto a tocarla en la oscuridad de la noche. Cuando ha dejado de tocar, hemos escuchado como una flauta alemana respondía con una pieza que me sonaba muy familiar. Estas cosas cada día son mas frecuentes. Cualquier día me lanzo hacia ellos y les pido una cerveza. No creo que tengan...
Carta del Soldado alemán Emmanuel Leiz, escrita en la trinchera, el 13 de noviembre de 1918.
"Querida Madre: espero que por casa estéis bien. Por aquí todo marcha tranquilo, sin muchas novedades. Tengo unas ganas locas de tomarme un permiso e ir a verlos. El mando me ha asegurado que en el próximo relevo yo podré irme a descansar unas semanas. Hace tres semanas que no hay ningún relevo, por eso creo que será pronto. A lo mejor llego yo antes que esta carta, que no se cuando enviare.
¿Qué tal esta padre? ¿y mis hermanos? Dales un fuerte abrazo a cada uno de ellos, y dile al pequeño Helmut que le regalaré mi casco. Os tengo presente en mis oraciones
TELEGRAMA URGENTE DEL MANDO ALEMÁN, fechado el 12 de noviembre. Llegó a la trinchera alemana el 15 de noviembre pasadas las cuatro de la tarde.
“Cese hostilidades. Armisticio propuesto. Esperen instrucciones."
Diálogo reproducido en las memorias del cabo primero Günter con el sargento Fitshe, publicadas en Berlín en 1949, por los herederos G.
Me quedé sorprendido cuando me contó que había llegado el telegrama:
- ¿Eso significa que nos rendimos, mi sargento?
- El ejercito del Káiser nunca se rinde. Estoy convencido de que es un alto el fuego para negociar una salida honrosa para los ingleses y franceses. Alemania tiene un gran corazón hacia al enemigo. Seguro que les proponemos una rendición honrosa. Si no la aceptan, entonces los barreremos.
Las palabras del sargento siempre me sonaron seguras, pero esta vez me parecían cuanto menos alejadas de la realidad: desde luego con un ejército como el que representaba nuestro batallón no podíamos tomar ni un convento de monjas.
Desde que tomó el mando, tras el suicidio del capitán , tuvo que sacar la pistola de su cinto dos veces; una de ellas disparó al hombro de un soldado que no quería relevar a un compañero. Luego ordenó que le curaran. Desde ese momento su autoridad no volvió a ser discutida.
Diario del cabo Walles, entrada del 15 de noviembre
Estamos inquietos. Llevamos 4 horas sin escuchar disparos desde la trinchera enemiga. Creemos que han podido retroceder la línea. No nos atrevemos a avanzar hacia la trinchera, porque el capitán Smith piensa que no hemos hecho nada para que se retiraran. Creo que el capitán acierta: es una maniobra de distracción. Esperan que ataquemos.
Memorias del cabo alemán G. :
Nos reunimos el sargento y yo con el soldado de más antigüedad; el sargento quería oír nuestra opinión, pero la decisión, como en toda la guerra, seria del mando, en este caso él. Le sugerimos que lo mejor sería alzar una bandera blanca, para hacerles llegar la nueva circunstancia. Había que darse prisa porque ellos seguían disparando en series cada media hora, pero con una intensidad menor.
BANDERA BLANCA.
Diario del cabo Walles. Fechado el 16 de noviembre
A las 9 de la mañana los alemanes alzaron la bandera blanca. Pensamos que se rendían. Nuestro capitán ordenó un alto el fuego; parecía mentira, porque llevábamos tres horas sin disparar. Un oficial alemán, un sargento, salió a mitad del campo de batalla. Mi capitán me ordenó que le acompañara; "eres el único que hablas algo mas que ingles" Sabia hablar unas cuantas palabras de francés.
Nos separaban unos 20 metros. El capitán Smith iba con paso firme; yo le seguía a su altura. "fíjate que idiotas son que el sargento va acompañado por un cabo, a dos pasos de distancia". Yo pensé que eso era el carácter prusiano.
- Parlez vous français?- les dije nada mas llegar a su altura.
- Hablo perfectamente su idioma, cabo - dijo el cabo con un rotundo acento alemán.
- Pues entonces traduzca - le dijo en tono de orden mi capitán, tono que me sorprendió - es usted el oficial de mas alta graduación.
Esperamos unos instantes mientras traducía y el sargento alemán hablaba.
- Si - tradujo - el capitán causo baja hace tres días. Venimos a comunicarles que tenemos órdenes de un alto el fuego. No vamos a disparar contra ustedes, pero no se acerquen, porque sino les dispararemos.
- Yo no he recibido nada en ese sentido; ¿quién me dice que no esperan refuerzos?
- Mi sargento dice que esta hablando usted con un oficial alemán, capitán. No lo olvide - termino traduciendo el cabo.
- No estamos en una cervecería de Munich. Esto es la guerra...
En ese instante, sonaron disparos desde nuestra trinchera. Nos dimos la vuelta: eran disparos al aire; vimos como se acercaban hacia nosotros el cabo Andrews con un papel en la mano. Era un mensaje del mando: “El ejercito alemán se rinde. Cese el fuego. No hagan nada. No tomen posiciones enemigas. Esperen instrucciones.”
Mi capitán leyó el mensaje. Al terminar, lo dobló, y le tendió la mano al sargento alemán.
- Han luchado ustedes como auténticos valientes. Me alegro de que esto se acabe.
Extrañado de escuchar la traducción, el sargento alemán sentenció en un ingles macarrónico:
- No es una rendición. tarde o temprano nos volveremos a ver, capitán.
Al llegar a la nuestra trinchera, vimos como todos se abrazaban. Me abracé a todo con el que me cruzaba, hasta que miré hacia los sacos de patatas...
De todas maneras es la primera vez en seis meses que puedo escribir con calma. El capitán nos ha mandado limpiar las armas y recomponer la trinchera. Lo chicos lo están haciendo con ganas; saben que solo es “por si acaso” la pesadilla vuelve.
Carta fechada el 17 de noviembre de 1918. Es la última carta que reciben los Leiz de su hijo; en Berlín desertó del ejército y se unió a un soviet. Murió cuando el ejército al que antes servía bombardeo con artillería la fabrica donde se refugiaban los huelguistas:
Hola Madre:
Se acabó la guerra. No se cuanto tiempo tardaré en llegar a casa. Aquí he conocido a grandes personas, y muchos de ellos los he perdido en estos funestos campos. Tengo la sensación de que esta lucha no ha servido para nada; podíamos haber ganado.
Ahora me llevan a Berlín. Y pronto a casa.
Del libro de Walter Lippman, Opinión Pública:
"[...] Un jueves por la mañana llegó la noticia de un armisticio, y la gente dio rienda suelta a un indescriptible sentimiento de alivio, porque la masacre había terminado. Sin embargo, durante los cinco días que precedieron a la firma del armisticio real, varios miles de jóvenes murieron en el campo de batalla, a pesar de ya se había celebrado el fin de la guerra.”
[Todo esto es ficción, salvo la última anotación. Mientras todo el mundo celebraba el final de la Primera Guerra Mundial, muchos soldados murieron en el frente. La Primera Guerra Mundial superó a todas las guerras anteriores en víctimas. Solo habría que esperar poco más de 20 años para superarla.
Después de la guerra, con la paz firmada, solo queda desolación, y un atisbo de esperanza para que los árboles vuelvan a salir.]