sábado, 29 de abril de 2006

Volviendo. Un paseo por Madrid

Llevo bastantes días sin escribir en éste blog. Tengo un post pendiente sobre las medinas. Ya tengo un borrador, pero no me gusta.
Llevo unos día liado con todo y con nada, con mis guerras y mis paces, y veo mi blog personal abandonado. No puede ser. Tengo que escribir más a menudo, aunque sea poco. Y ya llevo un año con éste blog, donde cada día me encuentro más agusto y más libre.
Estoy preocupado porque aún no ha estallado la primavera, mi primavera. No sé que pasa este año, pero estoy fuera de honda.
Ayer volví paseando por las calles de Madrid, con Rosa y Christian , un bloguero que he conocido en un Congreso Internacional de Periodismo y Blogs (solo el título esta lleno de cosas que no fueron). Me encanta pasear por Madrid. Y de noche más, porque siento que me pertenece, que solo es mía.
En mis paseos de vuelta a casa siempre me encontraba con mendigos habituales; dos, tres a lo sumo en todo el trayecto. De un tiempo a esta parte, no puede distinguir ya cuales son habituales y cuales no lo son. Y me da rabia, porque detrás de cada mendigo hay una historia de triunfos y de fracasos, pero no solo del que la soporta, sino sobre todo de toda la sociedad. De un tiempo a esta parte, hay más y más. Y no puede dejar de pensar: la concejala de la materia es Ana Botella, quien se llevó la sede de la Concejalía a la calle más pija y cara de Madrid. Cada día más mendigos, señor Gallardón; tal vez no los vea, pero ayer estaban muy cerca de su casa. Dese un paseo, señor alcalde.
Me voy a leer Cosecha Roja (un regalo de mi amigo Carlos, al que le tengo prepardo un post) mientras me conquista Morfeo con sus formas humanas .
Buenas noches a todos.

jueves, 20 de abril de 2006

Dos cortos mejor que una magdalena

Los buenos amigos se cuentan con una mano; últimamente tengo que pedir prestados varios dedos de la otra, pero hubo un tiempo en que para contar los de verdad me sobraban los de la izquierda (los amigos se cuenta primero con ésta mano).
De ese tiempo guardo un especial cariño de Tito y Samir (Sam, para los amigos); eramos un trio de trileros, sin arte ni engaño, pero lo pasábamos teta. Se nos sumaron Silvia e Inés (de la primera sé algo, de la segunda nada), y nos divirtíamos en la divirsión de un Tánger que parecía aburrido. Muchas tardes de Hafa, otras tantas en el Mcdo(si: a Silvia le gustaban los helados que ponían...), dejando las suelas de las "espartinas" en la Hermandad mientras jugábamos al fútbol o al chirimbolo (le reservo un post a éste deporte de riesgo) y conversaciones en las tardes de los miércoles, cuando el Coto del Instituto se abría para hacer deporte y esto servía para socializarnos, porque por el Norte del Sur como que no está bien visto lo del botellón (que ahora sirve para socializares, dicen). Allí hablamos de lo humano más que de lo divino, de esos amores que nunca llegaron con una cifra en código de encriptación solo reservada para el círculo, y de cosas que solo recordarlas se mezclan entre la sana nostalgia y la ridícula vergüenza de la inocencia presutamente extraviada en los años.
Tito se ha convertido en un abogado, y anda por las Canarias asesorando y defendiendo causas nobles, muy nobles y necesarias. Pronto Silvia también se licenciará en Derecho. No sé si Inés llegó a estudiar lo mismo que yo, porque la tía escribía cómo nadie. Y me dejó a Sam para el final.
Samir tenía la vocación de tener una cámara al hombro. Recuerdo que en el 50 aniversario del Instituto, se trajo su cámara. Yo le acompañaba, con mi libretilla en riste,haciendo preguntas a los antiguos alumnos, con Tito acompañándonos en una función parecida a la de productor, por decir algo. Y por allí aparació la hija, de nombre Inés (por qué no decirlo), de un antiguo alumno hoy convertido en catedrático con autoridad mundial reconocida. Dos preguntas al padre, las de rigor, y aqui el reporter se puso a preguntarle a la hija...como unos 10 minutos. El padre alucinando: "¿pero si él que estudié aquí soy yo?", me dijo. Risotadas de Tito y del cámara.
Pues el Samír aún no me ha dado la copia que juro darme. Vil traidor que solo él podía disfrutar con la sonrisa reproducida de Doña Inés . A mí solo me quedaba lo de soñar con recitarle al odio: "¿nos es verdad ángel de amor que en ésta apartada orilla más pura la luna brilla y se respira mejor?".
Sam fue el primero de nosotros en licenciarse, en Comunicación Audiovisual, como no podía ser de otra manera. Va haciendo sus cortos que, como la sonrisa de Inés, no me ha mostrado. Llegará lejos porque, aparte de ser muy bueno, ha nacido de pie. Además tiene una compañera de viaje que le empujará a lo mejor.
Y ya llega el corto: ayer me mandó un correo: recomendándome entrar en ésta página para ver "un corto grande". A mi me ha encantado. El corto se titula Jane Lloyd. Luego me he acordado de un corto que ha colgado mi amiga Covi, que ayer no se descargaba. Recién lo he visto me he puesto a escribir éste post. Es del holandés Michael Dudok de Wit.
Entenderán al verlos éste tono meláncolico que tengo hoy. Necesetiba acordarme de lo vivido, y no me quedaban magdalenas en el armario de la cocina.

martes, 11 de abril de 2006

Eran dos en el Chicote

Bar Chicote. Calle Gran Vía, Madrid. Son las 2.30 de la madrugada. Entran un hombre y una mujer.
Ella va vestida con un traje chaqueta negro, blusa blanca, y zapatos de bailarina oscuros con un entramado sinuoso de líneas blancas. Situada en la segunda mitad de su treintena. Pelo corto y suelto, a la altura de la nuca.
Él parece algo mayor, quizá los cuarenta bien cumplidos. Traje chaqueta gris perla, corbata azul. Gafas que le dan una aire de haber sido un empollón.
Cada uno porta una bolsa de papel amarilla idéntica.
Se sientan. Él pide un mojito. Ella un combinado.
Tres observadores: David Moeh y Covadonga. Los tres montan cada uno su historia; ésta es la que Moeh, cinco días más tarde, se imagina:
- Me aburren mucho estos encuentros – toma un breve trago de su copa -No sirven para nada.
- Bueno, por lo menos podemos conocer a gente con la que normalmente solo intercambiamos correos ¿no crees?- le pregunta él, al tiempo que ella esboza una sonrisa.
- Algunos casi mejor no conocerlos ni por correo – responde ella, con la sonrisa derivada hacia una carcajada. Se refiere, y así lo entiende él, al nuevo director general, un JASP con master en todo menos en la vida.
El silencio inunda la mesa. Dos sorbos de su mojito; uno de su combinado. Él entrelaza, nervioso, las manos. Está inseguro. No sabe qué hacer, cómo dirigirse a ella. Le gusta.
Ella está segura; sabe que van a hacer lo que ella quiera, lo que ella decida. Es consciente de su superioridad: se ve guapa, pese al aspecto demasiado serio que le da su traje negro. Piensa que él está embobado. Sabe que tendrá que conducir la situación, que llevarle a dónde ella quiere. Para sacar tema, coge la bolsa amarilla. Saca la manta que les han regalado y la toca:
- Está suave. – dice con una voz muy dulce y melosa, combinación fatal para despertar en él aún más nerviosismo.
- La verdad es que sí – comprobando con la suya y, con disimulo, aprovechando para secarse las manos del sudor que le causan los nervios. Es cuando él se fija en el anillo que en 10 años no se ha quitado.
- ¿Cómo se llama?- le pregunta ella.
- ¿Quién? – pregunta él, esperando a qué se refiera a otra cosa que nada tenga que ver con su mujer.
- Tu mujer – y él se hunde, porque aflora el tabú, la inseguridad, la infidelidad de tomarse una copa con otra y, lo peor, que le gusta.
- Se llama Rosario – responde - bueno, Charo.
- ¿Cuánto tiempo lleváis casados?
- Diez años ya. Tengo una hija – está convencido de que ya ha perdido toda posibilidad de besarla. Se siente más seguro, y separa sus manos. “Ya no hay nada que perder, al fin y al cabo solo estoy tomando una copa”, piensa.
- ¡Qué suerte! Seguro que tienes una foto en la cartera
- No, la tengo en la PDA - se lleva la mano al bolsillo laterar de la chaqueta y saca su PDA - me he modernizado.
Los siguiente 10 minutos permanecen enseñándole las fotos de su hija y de su mujer; las fotos de la casa rural que ella regenta, que un día fue la casa del pueblo donde ella nació. Le explica que viven separados por su trabajo de jefe de ventas a nivel europeo le hace viajar por todas las capitales del continente. Solo los fines de semana.
- ¿Pero la quieres?- le pregunta ella, que ya ha abandonado su tono dulce, meloso con el cual solo quería provocarle.
- Si, claro que la quiero, ¿por qué no la voy a querer?
- Porque estás aquí conmigo. ¿Qué pensaría ella si te viera conmigo aquí, en el Chicote, un bar que un día fue un puticlub?
- Pues creo que estaría más tranquila que se me hubiera ido al puticlub de Colón, con el nuevo Director general para celebrar su ascenso.
Los dos rieron.
- Es un halago. Me prefieres a las putas más caras de Madrid.
De nuevo risas.
- Y tú, ¿no estás casada? – le pregunta él. La respuesta viene con un movimiento lateral.- seguro que tienes novio.- el mismo movimiento.
- Ahora no me interesan los hombres. No tengo tiempo. Si tu viajas por Europa todo el día, a mi me toca patearme toda España, con algún viajecito a Argentina y Chile.
- Eso lo dices porque no has conocido a nadie que te merezca la pena...
Ella le interrumpió de manera cortante:
-¿Y tú qué apenas ves a tu mujer y a tu hija? Es lo mismo – su tono de voz se había agitado.
Él nunca había entendido ni a las mujeres ni a los hombres: no tenía tacto. Pero enseguida comprende que ese es terreno farragoso. Apura el mojito hasta subirlo trozos de hierba buena.
- ¿Pedimos otra? – preguntó él mirando a su combinado vacío.
- No. Prefiero que nos vayamos al hotel – de nuevo con el tono meloso.
El taxi, tomado al pie de la Cibeles les lleva hasta su hotel, en plena Castellana. Un cinco estrellas. Tras el ascensor la acompaña hasta la puerta de la habitación. Cuando quedan unos metros para la puerta, se mete las manos en el bolsillo, y toca la PDA.
- ¿Te invito a la última? – le propone ella.
El tacto metálico y frío de la PDA le hace responder:
- Estoy muy cansado – responde, y sacándose la PDA añade – además ya sabes porque no puedo.
Dos besos. Uno en cada mejilla.
Transcurre la noche para llegar a la inevitable mañana del día siguiente. Cuando ella sale de la ducha, ve que tiene un sms: “Nos veremos pronto?” . Ella se muerde el labio. Se toca el pelo mojado. “quien sabe? Dentro de 6 meses hay otra convención.”

[Pido disculpas a Covadonga y a David por el retraso. Sus relatos son francamente buenos, muy buenos. Yo me he divertido y he disfrutado con esta historia a tres bandas. Gracias por hacerme caso en esta locura creativa.]

lunes, 3 de abril de 2006

Se acabó la guerra

Entrada del diario del cabo Peter Walles, de un batallón del ejército de los Estados Unidos fechado el 11 de noviembre de 1918, el mismo día que Alemania firmaba el armisticio:
Ella estaba guapísima. Era un ángel. Sus ojos se acercaron hacia mí. No hablaba: su boca se ocupaba de sonreírme. Se iba acercando; sus labios ya estaban casi tocando los míos, cuando el olor a pólvora, ocre, sangre y barro, todo en uno, se metieron de nuevo en mi nariz, al respirar más profundamente con la emoción de su beso.
Abrí un ojo, y me di cuenta de que todo había sido un sueño. Me reconforta porque es el primer sueño agradable que he tenido en toda esta maldita guerra. Tengo unas ganas locas de verla, besarla y decirle que nunca me separaré de ella.
Seguimos estancados en la última posición; a cinco metros esta el cuerpo de Bob. Hace dos semanas que no podemos sacar los cadáveres de aquí. Cada dia por la tarde toca llevarlos a una zona, donde los amontamos como sacos de patatas.
Ayer murió Bob. Una bala alemana le dio en toda la cabeza, cuando se levantó por encima de nuestra trinchera para estirar su espalda; había calma, por eso se creía seguro. Ya no hay un fuego continuo; hacemos disparos de compromiso, para seguir recordando que estamos en guerra, en el campo de batalla. Yo ya no apunto, solo disparo. Hace 4 días los hunos intentaron avanzar hacia nuestra posición. Les rechazamos.No atacaron con Gas, y eso nos animó a resistir aún un poco más."

Diario del Sargento Schneider. 11 de Noviembre 1918

Ni nosotros ni las líneas enemigas se mueven. Ayer hablé con mi capitán. Le propuse que intentáramos avanzar hacia la línea enemiga; me contestó que no tenía sentido. Ya lo habíamos intentado días atrás. “Sería una acción aislada. Ya no sabemos que piensa el mando; además bastante hemos hecho con conservar la posición, después de la envestida que nos metieron”. Se refería a la potencia con que habían tomado su última posición. La comunicación con la retaguardia lleva cortada una semana. El ultimo correo llegó entonces, a través de un joven recluta en bicicleta. "Intenten avanzar todo lo posible2, decía.
El capitán y yo hemos decidido reorganizar la vida del batallón. Ante los actos de pillaje que cometían nuestros soldados con sus compañeros muertos, hemos decidido imponer la confiscación de todo material de los caídos, salvo el uniforme. Los bienes personales se los guardaríamos para hacérselo llegar a la familia. El resto de enseres útiles pasarían a formar parte de nuestra logística.
[Siguiente entrada fechada el 13 de noviembre de 1918]
Ayer murió el capitán. Escuchamos un disparo seco, de madrugada. Nos acercamos enseguida, a él. La bala le entró por el lado derecho de la cabeza. Su cuerpo estaba en el suelo. Sobre la mesa estaban los mapas y una foto de su esposa. Ahora estoy al mando.

Diario del Cabo Peter Walls, entrada del 13 de noviembre.
Llevamos unas horas sin tiros. El chico de Filadelfia ha sacado su armónica y se ha puesto a tocarla en la oscuridad de la noche. Cuando ha dejado de tocar, hemos escuchado como una flauta alemana respondía con una pieza que me sonaba muy familiar. Estas cosas cada día son mas frecuentes. Cualquier día me lanzo hacia ellos y les pido una cerveza. No creo que tengan...


Carta del Soldado alemán Emmanuel Leiz, escrita en la trinchera, el 13 de noviembre de 1918.
"Querida Madre: espero que por casa estéis bien. Por aquí todo marcha tranquilo, sin muchas novedades. Tengo unas ganas locas de tomarme un permiso e ir a verlos. El mando me ha asegurado que en el próximo relevo yo podré irme a descansar unas semanas. Hace tres semanas que no hay ningún relevo, por eso creo que será pronto. A lo mejor llego yo antes que esta carta, que no se cuando enviare.
¿Qué tal esta padre? ¿y mis hermanos? Dales un fuerte abrazo a cada uno de ellos, y dile al pequeño Helmut que le regalaré mi casco. Os tengo presente en mis oraciones


TELEGRAMA URGENTE DEL MANDO ALEMÁN, fechado el 12 de noviembre. Llegó a la trinchera alemana el 15 de noviembre pasadas las cuatro de la tarde.
“Cese hostilidades. Armisticio propuesto. Esperen instrucciones."

Diálogo reproducido en las memorias del cabo primero Günter con el sargento Fitshe, publicadas en Berlín en 1949, por los herederos G.
Me quedé sorprendido cuando me contó que había llegado el telegrama:
- ¿Eso significa que nos rendimos, mi sargento?
- El ejercito del Káiser nunca se rinde. Estoy convencido de que es un alto el fuego para negociar una salida honrosa para los ingleses y franceses. Alemania tiene un gran corazón hacia al enemigo. Seguro que les proponemos una rendición honrosa. Si no la aceptan, entonces los barreremos.
Las palabras del sargento siempre me sonaron seguras, pero esta vez me parecían cuanto menos alejadas de la realidad: desde luego con un ejército como el que representaba nuestro batallón no podíamos tomar ni un convento de monjas.
Desde que tomó el mando, tras el suicidio del capitán , tuvo que sacar la pistola de su cinto dos veces; una de ellas disparó al hombro de un soldado que no quería relevar a un compañero. Luego ordenó que le curaran. Desde ese momento su autoridad no volvió a ser discutida.

Diario del cabo Walles, entrada del 15 de noviembre
Estamos inquietos. Llevamos 4 horas sin escuchar disparos desde la trinchera enemiga. Creemos que han podido retroceder la línea. No nos atrevemos a avanzar hacia la trinchera, porque el capitán Smith piensa que no hemos hecho nada para que se retiraran. Creo que el capitán acierta: es una maniobra de distracción. Esperan que ataquemos.

Memorias del cabo alemán G. :
Nos reunimos el sargento y yo con el soldado de más antigüedad; el sargento quería oír nuestra opinión, pero la decisión, como en toda la guerra, seria del mando, en este caso él. Le sugerimos que lo mejor sería alzar una bandera blanca, para hacerles llegar la nueva circunstancia. Había que darse prisa porque ellos seguían disparando en series cada media hora, pero con una intensidad menor.

BANDERA BLANCA.

Diario del cabo Walles. Fechado el 16 de noviembre
A las 9 de la mañana los alemanes alzaron la bandera blanca. Pensamos que se rendían. Nuestro capitán ordenó un alto el fuego; parecía mentira, porque llevábamos tres horas sin disparar. Un oficial alemán, un sargento, salió a mitad del campo de batalla. Mi capitán me ordenó que le acompañara; "eres el único que hablas algo mas que ingles" Sabia hablar unas cuantas palabras de francés.
Nos separaban unos 20 metros. El capitán Smith iba con paso firme; yo le seguía a su altura. "fíjate que idiotas son que el sargento va acompañado por un cabo, a dos pasos de distancia". Yo pensé que eso era el carácter prusiano.
- Parlez vous français?- les dije nada mas llegar a su altura.
- Hablo perfectamente su idioma, cabo - dijo el cabo con un rotundo acento alemán.
- Pues entonces traduzca - le dijo en tono de orden mi capitán, tono que me sorprendió - es usted el oficial de mas alta graduación.
Esperamos unos instantes mientras traducía y el sargento alemán hablaba.
- Si - tradujo - el capitán causo baja hace tres días. Venimos a comunicarles que tenemos órdenes de un alto el fuego. No vamos a disparar contra ustedes, pero no se acerquen, porque sino les dispararemos.
- Yo no he recibido nada en ese sentido; ¿quién me dice que no esperan refuerzos?
- Mi sargento dice que esta hablando usted con un oficial alemán, capitán. No lo olvide - termino traduciendo el cabo.
- No estamos en una cervecería de Munich. Esto es la guerra...
En ese instante, sonaron disparos desde nuestra trinchera. Nos dimos la vuelta: eran disparos al aire; vimos como se acercaban hacia nosotros el cabo Andrews con un papel en la mano. Era un mensaje del mando: “El ejercito alemán se rinde. Cese el fuego. No hagan nada. No tomen posiciones enemigas. Esperen instrucciones.”
Mi capitán leyó el mensaje. Al terminar, lo dobló, y le tendió la mano al sargento alemán.
- Han luchado ustedes como auténticos valientes. Me alegro de que esto se acabe.
Extrañado de escuchar la traducción, el sargento alemán sentenció en un ingles macarrónico:
- No es una rendición. tarde o temprano nos volveremos a ver, capitán.
Al llegar a la nuestra trinchera, vimos como todos se abrazaban. Me abracé a todo con el que me cruzaba, hasta que miré hacia los sacos de patatas...
De todas maneras es la primera vez en seis meses que puedo escribir con calma. El capitán nos ha mandado limpiar las armas y recomponer la trinchera. Lo chicos lo están haciendo con ganas; saben que solo es “por si acaso” la pesadilla vuelve.

Carta fechada el 17 de noviembre de 1918. Es la última carta que reciben los Leiz de su hijo; en Berlín desertó del ejército y se unió a un soviet. Murió cuando el ejército al que antes servía bombardeo con artillería la fabrica donde se refugiaban los huelguistas:

Hola Madre:
Se acabó la guerra. No se cuanto tiempo tardaré en llegar a casa. Aquí he conocido a grandes personas, y muchos de ellos los he perdido en estos funestos campos. Tengo la sensación de que esta lucha no ha servido para nada; podíamos haber ganado.
Ahora me llevan a Berlín. Y pronto a casa.

Del libro de Walter Lippman, Opinión Pública:
"[...] Un jueves por la mañana llegó la noticia de un armisticio, y la gente dio rienda suelta a un indescriptible sentimiento de alivio, porque la masacre había terminado. Sin embargo, durante los cinco días que precedieron a la firma del armisticio real, varios miles de jóvenes murieron en el campo de batalla, a pesar de ya se había celebrado el fin de la guerra.”
[Todo esto es ficción, salvo la última anotación. Mientras todo el mundo celebraba el final de la Primera Guerra Mundial, muchos soldados murieron en el frente. La Primera Guerra Mundial superó a todas las guerras anteriores en víctimas. Solo habría que esperar poco más de 20 años para superarla.
Después de la guerra, con la paz firmada, solo queda desolación, y un atisbo de esperanza para que los árboles vuelvan a salir.]