Ya escribo desde Madrid; el martes volvimos de Amsterdam a Bruselas, y si no escrito antes es porque estaba realmente rendido: patearte una ciudad como Amsterdam en menos de dos días es lo que tiene.
Amsterdam me ha gustado mucho. Más allá de la ciudad (sus canales, sus parques y su arquitectura son "dignas de elogio") creo que es
una ciudad donde individualmente puedes hacer lo que te venga en gana dentro de unos límites bien marcados.
Como digo, lo que me ha gustado es la vida estructurada alrededor de los canales; seguramente mi opinión cambiaría sin tanto sol y sin la temperatura agradable que nos acogió; tienen una vida saludable estos pueblos que se mueven en bici, salvo que la dieta no les acompaña: tanta patata y tanta salchicha echa por tierra todas las horas encima de una bicicleta.
Precisamente lo que me ha llamado la atención es la cantidad de restaurantes argentinos que hay. Hay tantos que uno piensa que se tiene que ir a Buenos Aires para comer comida holandesa.
Decía que la libertad individual tiene unos limites bien marcados. La prueba más palpables es la prostitución y los Coffee Shop. El barrio rojo es cutre a más no poder, en una decadencia eterna, que interesa ya más a los turistas que a los clientes de las meretrices. Los Coffee Shop son los que son, y uno esta vez nos lo ha pisado, porque viniendo de donde uno viene, no tiene ningún interés y no flipa con ese ¿romanticismo? de un fumadero.
Me he llevado un gran chafón con el museo del pintor de una oreja. En el Van Gogh lo importante es hacer caja. La cola que hay no depende de cuanta gente puede soportar el museo, sino de la habilidad de los taquilleros. La consecuencia es que tienes que hacer cola para ver un cuadro, rodeado de gente que se lanza sobre el lienzo sin importarle que tu estés en el medio. Consecuencia: vimos los cuadros desde lejos, y a paso ligero, porque el museo no invitaba al deleite. Aparte de que para ser un museo dedicado a un pintor, poquitos cuadros tienen. Vaya, un timo de a 10 euros.
De Bruselas me queda poco que decir. El último día me cené los mejillones de rigor, compartiendo mesa y mantel con Laura, una compañera de carrera que guerrea como periodista por los pasillos de la comisión. Antes habíamos pasado una buena mañana (caminando como tontos como siempre) en el museo del Comic, viendo libros de segunda mano, o tomando un algo en Le Sablon.
Puedo presumir (si se puede puede presumir de esto), que ya conozco bastante bien la capital europea, y que tengo mi sitios imprescindibles. Esta ha sido la cuarta estancia, y vendrán más. Pero ya no me sorprenderá tanto, pero si la disfrutaré yendo a tomarme un algo al café de los belgas, cenando mejillones, disfrutando de un gofre por la calle, simplemente pasearme por los parques de Ixel o volver a ver los museos que más me han gustado.
Me quedará para el próximo viaje desvelar un misterio que atormenta: ¡qué día de la semana toca sacar la basura y de que color tiene que ser la bolsa!
Cierro el Cuaderno de Bruselas, esperando ampliarlo en próximos capítulos.
Os dejo con las fotos de Amsterdam: de las 349 que hice, he seleccionado para mis 14 queridos lectores un puñado. Espero que os gusten.