Estaba yo feliz porque estas vacaciones no iba a coger tren alguno, y me iba a librar de un suplicio: las familias con miembros de poco más de medio metro.
Pero no. Pese a que sigo clavadito en Madrid, tuve que coger un tren la semana pasada, el sábado, para ir a Valencia. Y claro, el vagón lleno de niños.
Los que estaban cerca mía, todo hay que decirlo, se portaron bien porque yo esperaba lo peor, ya que la madre viajaba sola con 4 jabatos. Pero, afortunadamente repartió consolas y libros para colorear, teniendo a los críos entretenidos como niños que son, y sobre todo pendientes de ellos.
Pero en el otro extremo del vagón, una familia compuesta por una Juani de la periferia madrileña - anillos, pendientes y cadenoncios de oro, mallas a revantar por los que rebosan los michelines, top con pircing en el ombligo, todo ello aderezado con un perfume dulzón de marca que solo se ponen los horteras - con tres malas bestias y un marido que no podía dudar de su paternidad.
Montaron un buen escándalo, pero con los cascos, el ruido quedaba lejos. Solo llegó un olor a chorizo que tiraba para atrás, en el momento que la madre pensó que era hora de alimentar a sus michelines, tanto internos como externos, es decir los hijos y la bestia del marido.
Pero es un asunto que no tiene nada que ver con las clases sociales o estatus económico. Recuerdo una vez que, en el tren de Algeciras a Madrid, en la parada de Boadilla, se subió una pija, con cuatro mozalbetes -Gonzalo, Borja, Beaaa (que no Bea) e Iziar, aún tengo pesadillas con ellos- y una pobre niñera que se le veía el halo de santa.
La madre pija - recuerdo que llevaba botas de montar a caballo metidos en un vaquero ceñido - cogió el Hola! y se puso a leer, sin prestar atención a los cachorros de hiena que tenía por hijos, que para eso ya pagaba a la pobre niñera.
Los zagales se pasaron el viaje dando brincos, metiéndose a los pies de la gente, gritando, jugando con multitud de aparatos que emitían ruido a raudales, y si el mecanismo electrónico dejaba de funcionar, usaban su boca para emitir un sonido aún mas histriónico.
Pero lo mejor llegó en la estación, cuando entorpecieron la salida con las 79 maletas con las que viajaban, y no dejaban bajar a nadie. Así que incluso salieron antes que yo, con lo que presencié el recuentro con el marido - recuerdo el barbour, porque ya sin duda los sitúe en el bario que nunca fue bombardeado -. "¿Has tenido buen viaje, cariño?" le pregunto. "Si, apenas me ha dado tiempo de terminarla la revista."
Todo esto que les cuento es para lanzar a Renfe, que ahora se llama Adif, nombre más propio para una aseguradora, una propuesta: un vagón, a la cola de los convoy, con una piscina de bolas, para encerrar durante el trayecto a los renacuajos y a sus padres, y que allí se las apañen ellos hasta llegar a la estación de destino.
Si no quieren ponerle el nombre de vagón cárcel, pueden llamarlo eufemísticamente vagón guardería o espacio recreativo para jóvenes - mejor niños porque si no se meten allí la generación siguiente a montar el botellón y fumar porros.
Lo ideal, si fuera posible, sería educar a los padres para saber controlar a los hijos, que los pobres, en el fondo, no tienen culpa de ser unos salvajes. Creo que ya no se ven padres de esos que con una mirada fulminaba a toda su prole y a la de los que pasaban por allí.
Firmado: Un carca gruñón.
viernes, 6 de abril de 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Yo de vagones de tren sé mucho, como ves. El último venía vacío. Si hubiera sido así en la ida no me habría importado tanto.
Lo de los chavales que van haciendo botellón y fumando porros en el tren es propio de los sábados por la noche... Horroroso. Soy de tu misma opinión respecto a renacuajos guerrilleros.
Un saludo.
No me gusta viajar en tren, y aunque me encanta viajar, pero creo que coger un tren es amargarte el viaje ya de entrada. Ademas lo mas bonito del viaje es la soledad y el paisaje, sobre todo si son nubes. Es cierto que ya no quedan padres de esos, o mejor dicho esta nueva generacion ya no es asi, y buena falta hacen, me estoy acordando de mi madre.
Publicar un comentario