Consultó su reloj, y ya iba con cinco minutos de retraso a su clase de japonés; pasaba por el cajero para sacar dinero con el que tenía que pagar a su profesor, un antiguo cocinero de éxito metido a profesor de lengua para orientalistas de postín.
El primer cajero de la sucursal le escupió la tarjeta con un "su operación no puede ser realizada"; la misma sucursal tenía un cajero doblando la esquina, pero estaba con todas sus tripas al aire mientras dos operarios trabajaban, aunque no se intuía si era para sacar los cables o volverlos a meter.
Dentro de la sucursal, el único cajero registraba una larga cola.
Una señora mayor se situaba frente a la cola, con cara de muy pocos amigos, muchísima laca y un abrigo de visón, que le confería un aspecto altívamente estúpido y aberrante.
Introducía hoja por hoja para ir actualizándo su libreta. Por el tiempo consumido pensó que la señora iba aún por los emolumentos cosechados en su primera comunión; quedó confirmado cuando se quedó sin libreta, y tuvo que ir a por otra al mostrador; los que le precedían empezaban a mostrarse inquietos, y miraban a la cola aún más larga del cajero de toda la vida.
Los minutos pasaban, ya diez perdidos en su reloj, aunque por fin parecía que la anciana había logrado actualizar su vida económica y, tras sacar una cantidad importante de dinero, se puso a comprobar cada una de las entradas anotadas en su libreta desde que su tía María le metiera 3 pesetas allá por el año 1920.
«Perdone señora, puede hacer el favor de comprobar que todo está bien en otro lado, y dejar a la gente que use el cajero», dijo en un tono algo indignado por los 15 minutos de retraso que ya arrastraba.
«Es usted un maleducado, joven», le dijo la señora con aire de soberbia.
«Y usted, hace mucho mucho tiempo que fue joven.», fue su única contestación que bajó a la realidad a la señora del visón y pelo lacado.
El primer cajero de la sucursal le escupió la tarjeta con un "su operación no puede ser realizada"; la misma sucursal tenía un cajero doblando la esquina, pero estaba con todas sus tripas al aire mientras dos operarios trabajaban, aunque no se intuía si era para sacar los cables o volverlos a meter.
Dentro de la sucursal, el único cajero registraba una larga cola.
Una señora mayor se situaba frente a la cola, con cara de muy pocos amigos, muchísima laca y un abrigo de visón, que le confería un aspecto altívamente estúpido y aberrante.
Introducía hoja por hoja para ir actualizándo su libreta. Por el tiempo consumido pensó que la señora iba aún por los emolumentos cosechados en su primera comunión; quedó confirmado cuando se quedó sin libreta, y tuvo que ir a por otra al mostrador; los que le precedían empezaban a mostrarse inquietos, y miraban a la cola aún más larga del cajero de toda la vida.
Los minutos pasaban, ya diez perdidos en su reloj, aunque por fin parecía que la anciana había logrado actualizar su vida económica y, tras sacar una cantidad importante de dinero, se puso a comprobar cada una de las entradas anotadas en su libreta desde que su tía María le metiera 3 pesetas allá por el año 1920.
«Perdone señora, puede hacer el favor de comprobar que todo está bien en otro lado, y dejar a la gente que use el cajero», dijo en un tono algo indignado por los 15 minutos de retraso que ya arrastraba.
«Es usted un maleducado, joven», le dijo la señora con aire de soberbia.
«Y usted, hace mucho mucho tiempo que fue joven.», fue su única contestación que bajó a la realidad a la señora del visón y pelo lacado.
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