Nueva York está repleta de los edificios más emblemáticos. Todo el mundo conoce el Empire, el Chrysler Building, el Rockefeler Center. Impresiona ver todos esos edificios en un solo paseo. Pero si los usas como referencia visual estas vendido, ya que a resultas de lo cual te das un paseo de unos 17 kilómetros en un día.
Ya se sabe que la profesión va por dentro: por eso a uno le ha impresionado el emblema que corona la puerta de AP, situado en el Rockefeler Center. Para muestra la foto.
En el Deli: Tras un largo paseo por la Quinta Avenida, donde están las tiendas más exclusivas del mundo, terminamos comiendo en un deli (que aún no sé si viene de Delicatasen, opción poco probable, o de Delivery, opción aceptable y lógica). Los deli son una especie de cafetería, tienda, supermercado y hamburguesería a la vez, donde te puedes hacer las ensaladas, sandwish, hamburguesas, pasta, etc a medida, eligiendo los ingredientes, los panes o las salsas.
Es curioso, pero en NY la mayoría de los camareros son hispanos, principalmente de Méjico; los taxistas son, en cambio, hindúes, negros o árabes. Te sorprende ver en esta ciudad a taxistas con barbas de musulmán integrista, al rato que ves los tirabuzones de un integristas judío.
Volviendo al Deli, es muy difícil que te mueras de hambre en NY si no hablas ingles. Te das cuenta entonces de lo presente que está el español. Esta gente habla entre ellos en español, y casi prefieren que tu así lo hagas para pedir. En este Deli, cercano a la Estación Central, nos atendió un mejicano, que no regalo no sé cuantos ingredientes para nuestra ensalada, nos la cobró como si fuera tan solo de 3 dólares (costaba 6), y nos preparó una pasta exquisita. Fue quizá el día que más barato y mejor comimos.
Central Station: de nuevo te sientes como en una película. Esta vez en los hombres de Eliot Ness. La escena, aquella que a una mujer se le cae el caro de un bebe en medio de un tiroteo. La Estación central tiene ese aire antiguo pero exquisitamente cuidado. Todo esta impecable, reluciente, y eso que el goteo de gente es incesante. Tiendes a mirar a tu propio ombligo y te viene a la cabeza el intercambiador de Moncloa o la estación de Avenida de América. Aquí, en lugar de cafeterías zarrapastrosas, tienen restaurantes de, por la apariencia, alta calidad.
Estamos acostumbrándonos a todo: no me llamo la atención en el mes de julio que militares de campaña vigilaran el tren de cercanías que me llevaba al Escorial para un curso. En NY tampoco me ha llamado la atención que en esta estación militares de campaña patrullen con sus fusiles de asalto para preservar nuestra seguridad. El mundo ha cambiado, y nos hemos acostumbrado a que la guerra pueda saltar en nuestra casa.
The New York Public Labrery: entrar en la NYPL es como entrar en el paraíso de las bibliotecas públicas. Nunca me gustaron éstas para estudiar. Prefiero la mesa de mi cuarto, con la nevera con chocolate a dos pasos. Incluso prefiero la cama para los ratos más socorridos (más de un examen lo he estudiado tumbado). En esta biblioteca el ruido es igual: no lo escuchas pero esta allí. La gente es igual: obsesionada, aunque algunos dirían que concentrada, en sus libros. A mi, los que estudian siempre en bibliotecas, me parecen carne de psiquiatra. Pero el ambiente de esta biblioteca es sin igual. En la sala de estudio te sientes extasiado, y te dan ganas de iniciar estudios en ingeniería aeronáutica en 2 años. Luego te das cuenta que es igual que todas, que a los flipados de siempre les molesta hasta tu respiración y te hacen que te calles con el tipico “schhhhhh”.
Lo mejor de esta visita es que el que aquí escribe y ustedes leen es ya socio de esta biblioteca. De nuevo saltan las comparaciones: en la NYPL, solo te piden tus datos y que confirmes que son verdaderos con un ID (pasaporte). Luego, te hacen una foto (sí, aquí tienen una cámara digital y no te piden tu foto de carné). Te dan un carne tipo tarjeta de crédito, y ya eres socio, puedes sacar libros, acceder a Internet. Es más, ya tienes un ID (documento que sirve en EE.UU. para identificarte ) para lo que quieras. En nuestra Biblioteca Nacional, necesitas casi pedirle permiso a la ministra de cultura para acceder, aparte de tener que decirles qué vas a hacer exactamente. Pero, aparte de estos engorros que pueden llegar a ser compresibles, aquí la NYPL está montada para ser un espacio público: a sus puertas hay innumerables mesas donde la gente se sienta a leer, a charlar o a lo que guste. Es una idea que seria ideal copiarla. De todo hay que aprender.
En el Deli: Tras un largo paseo por la Quinta Avenida, donde están las tiendas más exclusivas del mundo, terminamos comiendo en un deli (que aún no sé si viene de Delicatasen, opción poco probable, o de Delivery, opción aceptable y lógica). Los deli son una especie de cafetería, tienda, supermercado y hamburguesería a la vez, donde te puedes hacer las ensaladas, sandwish, hamburguesas, pasta, etc a medida, eligiendo los ingredientes, los panes o las salsas.
Es curioso, pero en NY la mayoría de los camareros son hispanos, principalmente de Méjico; los taxistas son, en cambio, hindúes, negros o árabes. Te sorprende ver en esta ciudad a taxistas con barbas de musulmán integrista, al rato que ves los tirabuzones de un integristas judío.
Volviendo al Deli, es muy difícil que te mueras de hambre en NY si no hablas ingles. Te das cuenta entonces de lo presente que está el español. Esta gente habla entre ellos en español, y casi prefieren que tu así lo hagas para pedir. En este Deli, cercano a la Estación Central, nos atendió un mejicano, que no regalo no sé cuantos ingredientes para nuestra ensalada, nos la cobró como si fuera tan solo de 3 dólares (costaba 6), y nos preparó una pasta exquisita. Fue quizá el día que más barato y mejor comimos.
Central Station: de nuevo te sientes como en una película. Esta vez en los hombres de Eliot Ness. La escena, aquella que a una mujer se le cae el caro de un bebe en medio de un tiroteo. La Estación central tiene ese aire antiguo pero exquisitamente cuidado. Todo esta impecable, reluciente, y eso que el goteo de gente es incesante. Tiendes a mirar a tu propio ombligo y te viene a la cabeza el intercambiador de Moncloa o la estación de Avenida de América. Aquí, en lugar de cafeterías zarrapastrosas, tienen restaurantes de, por la apariencia, alta calidad.
Estamos acostumbrándonos a todo: no me llamo la atención en el mes de julio que militares de campaña vigilaran el tren de cercanías que me llevaba al Escorial para un curso. En NY tampoco me ha llamado la atención que en esta estación militares de campaña patrullen con sus fusiles de asalto para preservar nuestra seguridad. El mundo ha cambiado, y nos hemos acostumbrado a que la guerra pueda saltar en nuestra casa.
The New York Public Labrery: entrar en la NYPL es como entrar en el paraíso de las bibliotecas públicas. Nunca me gustaron éstas para estudiar. Prefiero la mesa de mi cuarto, con la nevera con chocolate a dos pasos. Incluso prefiero la cama para los ratos más socorridos (más de un examen lo he estudiado tumbado). En esta biblioteca el ruido es igual: no lo escuchas pero esta allí. La gente es igual: obsesionada, aunque algunos dirían que concentrada, en sus libros. A mi, los que estudian siempre en bibliotecas, me parecen carne de psiquiatra. Pero el ambiente de esta biblioteca es sin igual. En la sala de estudio te sientes extasiado, y te dan ganas de iniciar estudios en ingeniería aeronáutica en 2 años. Luego te das cuenta que es igual que todas, que a los flipados de siempre les molesta hasta tu respiración y te hacen que te calles con el tipico “schhhhhh”.
Lo mejor de esta visita es que el que aquí escribe y ustedes leen es ya socio de esta biblioteca. De nuevo saltan las comparaciones: en la NYPL, solo te piden tus datos y que confirmes que son verdaderos con un ID (pasaporte). Luego, te hacen una foto (sí, aquí tienen una cámara digital y no te piden tu foto de carné). Te dan un carne tipo tarjeta de crédito, y ya eres socio, puedes sacar libros, acceder a Internet. Es más, ya tienes un ID (documento que sirve en EE.UU. para identificarte ) para lo que quieras. En nuestra Biblioteca Nacional, necesitas casi pedirle permiso a la ministra de cultura para acceder, aparte de tener que decirles qué vas a hacer exactamente. Pero, aparte de estos engorros que pueden llegar a ser compresibles, aquí la NYPL está montada para ser un espacio público: a sus puertas hay innumerables mesas donde la gente se sienta a leer, a charlar o a lo que guste. Es una idea que seria ideal copiarla. De todo hay que aprender.
Foto1: emblema de AP. Foto2: chica apoyada leyendo apoyada sobre el león que guarda los tesoros de la NYPL.
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