Las playas atlánticas de Tánger son de fina arena, agua casi siempre brava y raramente caliente. Estas playas están a unos 15 kilómetros de la ciudad, y se tarda como unos quince minutos en llegar. Hasta hace unos años la carretera era un peligro: muy estrecha y con un firme más bien deteriorado. En los últimos años se ha mejorado el trazado y se ha añadido alumbrado y asfaltado nuevo.
A los lados de la carretera te encuentras a niños de diez a quince años vendiendo piñones que recolectan de los impresionantes bosques de pinos que hay por los ardedores. Con el dinero que sacan ayudan a su familia y compran los libros y los utensilios para el año escolar siguiente.
Dejando a la derecha el cabo Spartel, la primera playa que te sorprende es la de Sol. Recibe su nombre del Bar Sol, en el que un día se servía pescado frito y todo tipo de bebidas. Hoy en día es un decrépito edificio cerrado que sigue presidiendo su playa.
Con la mejora de la carretera llegó a estas playas el transporte público, y con ello más bañistas. La playa de la ciudad no es muy recomendable para el baño, ya que las cloacas y el puerto se encargan de ensuciarlas.
En verano, a parte de pocos tangerinos (genuínos somos pocos y en extinción), Sol se llena de emigrantes venidos de toda Europa y de gentes del sur que huyen del calor de esas latitudes. Todo ello hace que estas playas estén a rebosar, sin llegar a la horterada de Benidorm. En ella encontramos a gente de todo tipo. Podemos decir que es una playa popular.
Una estampa, cada vez menos frecuente, es la de las mujeres bañándose vestidas, para evitar lo supuestamente escandaloso de un bañador. Sin embargo consiguen el efecto contrario, ya que se podría organizar un concurso de camisetas mojadas. Cada vez más las mujeres lucen modelos de bañador parecidos a los que nos podemos encontrar en cualquier lugar de Europa.
Sol, mi preferida en cuanto a fisonomía, está separada de la siguiente playa por rocas y dunas. Comienza Bal Kasem, playa con el mismo tipo de gente que la anterior. Se observa ya un pequeño cambio: la construcción de un feo complejo de apartamentos con forma de plaza de toros.
La gente en estas dos playas se divierte jugando al fútbol. Las porterías se improvisan con dos montículos de arena. Los límites del campo son las voces que los jugadores dan cuando consideran que ya se ha ido demasiado lejos para disputar un balón. Los equipos se organizan de manera improvisado. Si hay sitio, se entra a jugar. No está vetada la entrada a nadie. Tras media hora de darle patadas descalzo a un balón de fútbol, los pies enrojecen y aumentan de tamaño. Cuando se enfría de los golpes ya no sabes ni andar.
Por estas playas se pasean vendedores ambulantes con refrescos, frutos secos, galletas y hasta garbanzos cocidos. Dos manjares particulares: higos chumbos que venden las jibliyas (aldeanas de los alrededores) y el “jali” que es una especie de dulce enrollado en un gran palo que el vendedor va cortando y vendiendo por trozos.
Estas playas han sido poco cuidadas por la gente, que tiraba lo que le sobraba al suelo. Al acabar el verano tenía un aspecto desolador, que solo lo remediaba las grandes mareas. Sin embargo, sin llegar a merecer la bandera azul, cada año están más limpias, no porque la gente se haya concienciado, sino porque se han puesto cuadrías de limpieza y cubos de basura.
En Bal Kasem, vi hace unos años una patera que había tenido que volver del viaje al norte por el mal tiempo. Era una embarcación endeble que no transmitía ninguna seguridad. En su interior había bidones vacíos de gasolina y ropas abandonas de sus pasajeros. La inmigración ilegal es otro triste uso de estas bellas playas, aunque la distancia y las corrientes de las mismas hace que las mafias prefieran las del Mediterráneo.
Bal Kasem tiene una gran longitud que llegaría hasta un acantilado de no ser por la primera barrera que separa a los playeros.
Detrás de un muro endeble de cañas se encuentra la playa de Robinson, reservada para los clientes y socios del complejo hotelero del mismo nombre. Robinson es frecuentada por la clase media alta de la sociedad tangerina. Esta playa no se diferencia de las que puedas encontrar en el litoral español, salvo porque aquí es imposible encontrar un topless. Es una playa cuidada e impecable, ya que el complejo sobrevive de su explotación. Áquí la bandera azul sería indudable.
Si en la playa vecina las porterías se hacían con montículos de arena, en esta hay porterías fijas con el campo delimitado. Al lado dos pistas de volley playa, con arbitro incluido. Los equipos son ya menos espontáneos que antes.
Cuando entras en esta playa, ves como hay gente que se está midiendo y preguntando quién es quien y qué lugar ocupa dentro de la sociedad.
Robinson acaba en un acantilado. Allí se encuentran las famosas grutas de Hércules, lugar de destino para turistas que soportan como el guía les cuenta a todos la misma leyenda del héroe griego.
Cierra todas estas playas la llamada playa de la Reina, donde está el complejo más exclusivo de todos: Le Mirage.
Todas estas playas, como hemos visto, tienen su público particular; cada uno aspira a estar en la playa siguiente, como símbolo de que ha escalado en la sociedad: es más fácil pasar las dunas que el muro de cañas; aún así éstas son endebles. Cada paso de una playa supone un ascenso.
Sea como fuere como mejor están es en el mes de septiembre, cuando ya están vacías y solo hay locos surferos y algún que otro perro vagabundo.
viernes, 12 de agosto de 2005
CdT: las playas
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2 comentarios:
Precioso. Acabo de volver de una playa de Málaga. Ya estoy en Madrid, trabajando y leerte ha sido volver a salirde viaje, y a Tánger!! Algún día tendré que ir a Tánger. Soy Laura, por cierto. Sigue escribiendo, y disfrutando, claro.
Podéis visitar
vigoblog.blogspot.com
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