Estos últimos días no he tenido ni tiempo para postear. Me había propuesto contar poco a poco lo que iba viendo por Marruecos, pero he acompañado a los Solana y he restado tiempo a esto. Mereció la pena. Hoy ya desde, Madrid, cuento lo que me acuerdo y lo que quiero contar.
Rabat: después de conseguir nuestros segundo coche de alquiler (el primero solo nos llevó hasta Arcila, no le funcionaba el cuentakilómetros, pero lo peor es que no tenía claxón, elemento imprescindible en Marruecos, donde debes ir marcando tu presencia continuamente porque sino te la pegas o atropellas a alguien), bajamos en un Renault Clio hasta la capital.
Rabat debe de estar como a unos 230 kilómetros de Tánger; hasta este año, había que ir en grandes tramos por carretera de doble circulación . Hoy se puede ir a Rabat en poco más de dos horas, por una autopista de pago.
Sorprende a los que circulamos por carreteras españolas que en la autopistas apenas se corre. Como mucho te adelanta un coche a 140 Km/h. Sin duda la presencia de gendarmes y las fuertes multas (o conversiones a mordidas) que han de ser pagadas al instante, hace que la gente modere su velocidad.
Llegamos a las 14 a Rabat, y aparcamos enfrente del Parlamento, en la avenida Mohamed V, donde están edificios construidos durante el protectorado francés, como Correos y Telégrafos, en un estilo colonial.. Allí nos fuimos a comer a un italiano, quizá el más conocido de la capital que responde al poco original nombre de La Mamma Mía.
Tras una calurosa lasaña y demás pasta, nos lanzamos con todo el calor (no tanto como cabía esperar) a descubrir la medina de Rabat. En semana santa había estado ya allí, y me sorprendió lo limpia y agradable que estaba; además la gente está mucho más relajada que en Tánger, y no te acosan con el “pasa a mirar amigo”. Aquí, con los regateos oportunos, te tratan como un comprador, no como un gilipollas. Deberían de aprender los tangerinos de adopción que han ido convirtiendo esta ciudad pesada para el visitante, pesada incluso para el oriundo.
Las mercancías son las mismas, pero más baratas. Se encuentra lo mismo, salvo los uniformes que llevan los integristas. En Rabat apenas son visibles, y cuando le pregunté a un comerciante me dijo que por la medina sería difícil de encontrar. Aquí, en la capital, el integrismo religioso es menos visible que en el norte.
Terminamos en la Kasbah, para luego coger dos petit taxi para llegar a la Tour Hassan y al Mausoleo donde están enterrados Mohamed V y sus dos hijos, el Rey Hassan II y su hermano menor.
La torre y la que iba a ser la Gran Mezquita de Rabat, no terminó de construirse; un terremoto en el siglo XVIII terminó con cualquier espectativa de retomar el proyecto. Se dice que la torre fue construida por el mismo arquitecto que hizo la Giralda cuando era la Gran Mezquita de Sevilla y la Koutoubia de Marrakech.
El mausoleo estaba lleno de gente que se asomaba para ver las tumbas y oír al recitador del Corán, que lo está leyendo continuamente. El flash de las cámaras y el olor a incienso termina por configurar el paisaje habitual de éste lugar.
A las 17 horas asistimos a la retirada de la bandera realizadas por la guardia real que custodia el lugar. Es una ceremonia diaria, a toque de corneta, que termina con el plegado de la bandera que es escoltada por quienes la bajaron.
Otros dos petit taxi (yo ya me había pasado con mis ganas de ir andando a todas partes) nos lleva hasta el Mechuar, auténtica ciudad dentro de Rabat, donde se encuentra el Palacio Real y la presidencia del gobierno. Después de ir deambulando de puerta en puerta, y de identificarnos ante un policía seguidor del barça, llegamos hasta la entrada de palacio, rodeados de increíbles avenida arboladas y con parques impolutos con lustroso césped. Terminamos saliendo por la magnífica puerta de los Embajadores, por donde deben de entrar los embajadores camino de coger su acreditación ante el Rey.
Ya en el Bulima, tomando un café, Natalia acierta a decir que “Rabat es el otro Marruecos”. Rabat es una ciudad que merece la pena ser conocida.
Larache: Maldita la hora que se me ocurrió entrar a la ciudad que vió, hace años, nacer a Concha Velasco y en 1929 al gran escritor Luis Martín-Santos para ir a cenar a la Casa de España; no la encontramos, pero a cambio nos dimos un estresante paseo por unas avenidas llenas, atestadas de gente. “Si quieres conduzco yo” le propuse a Fernando, ya que estoy más acostumbrado a sortear viandantes salidos de todas partes. "A mi me gusta éste desorden, más que el orden de Rabat", me consuela. En un día nos llevamos dos retratos de una misma realidad: una ciudad como Rabat, ordenada y civilizada, a una ciudad con un orden caótico.
Nuestra incursión termina en fracaso, y sin cenar, nos retiramos a Tánger, donde nos esperaba, de improviso, el último día.
Fotografías: Arriba: Vista de la torre Hassan. Abajo: Autoretrato de Natalia y servidor, en el Boulevard Mohamed V. El edificio rojo que aperece en el fondo es el parlamento. Fotografías: Moeh.
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