Todo llega, y el cuaderno de Tánger se cierra. Quedan hojas sueltas que algún día pegaré.
El último lo día lo íbamos a dedicar, en teoría, a ver los alrededores de Tánger. Con ese propósito fuimos al faro de Malabata.Aparte de no ser un faro de construcción bonita, los alrededores estaban llenos de basura. Una combinación del aire, que hace que los plástico vayan a parar a los matorrales, junto a lo maleducada que es la gente al tirar todo lo que le sobra, hace que las colinas parezcan un vertedero.
No encontramos habitación para los cabecilla de los Solana, aparte de una habitación en el Continental. El Continental es un vestigio del Tánger internacional y, por tanto, con construcción colonial. Tras permanecer varios años cerrado, el Continental abrió sus puertas. En sus épocas doradas daba al pequeño puerto de la ciudad y a un paso estaba la entonces limpia bahía de Tánger donde estaba los balnearios, tales como el Yatching Club. Hoy ya no queda nada de ese puerto pequeño, convertido en un ir y venir de barcos para pasajeros y camiones con mercancías. La limpia bahía está sucia. Lo que un día fueron los jardines del Continental, hoy es un parking para “trucks”. A todo esto hay que sumar que, por estar en medio de la medina, es pesadamente accesible para los coches. El hotel intenta conservar el mobiliario y las comodidades de la época, como subir por unas empinadas escaleras hasta el cuarto piso, ya que los ascensores no se terciaban cuando se construyó.
Decidimos, por tanto, emprender viaje a la península esa misma tarde, pero no sin antes comer lo que se come los viernes, un cuscus. Para mí, el cuscus es como la paella: si lo como bien, y sino también. No entiendo como la gente se apasionar por platos así. Pero en fin, para gustos los colores.
Tras la despedida de los padres, nos dirigimos al puerto, para vivir la última aventura. La salida se anuncia a las 1900. El fast ferry Alcantara, de la española Transmediterranea, no llega hasta las 1930. En medio de una lluvia repentina, subimos al buque por el garaje. Y allí tenemos que esperar casi dos horas a que salga. Por si fuera poco, el barco está destartalado. Es una vergüenza que una compañía como la Transmediterranea tenga estos barcos en estas condiciones, más aún cuando en otros trayectos, como el de Algeciras-Ceuta, ponen los mejores buques. De hecho, yo mismo estrené el Alcantara cuando los sillones no se caían a pedazos y cubría ese trayecto. Parece ser que lo que no se quiere en otros sitios se lo tienen que comer otros.
Dejamos atrás Tánger, con su café Hafa (parece mentira que solo allá dos veces y no haya posteado sobre él), su Golf, su gente, su estrés, y su caída libre a la que la vieja ciudad lustrosa de antaño se resiste a culminar y siempre parece que puede retomar el vuelo.
Llegamos a unos viñedos de Ronda a las 4 de la mañana. Pero, de nuevo, esa es otra historia.
El último lo día lo íbamos a dedicar, en teoría, a ver los alrededores de Tánger. Con ese propósito fuimos al faro de Malabata.Aparte de no ser un faro de construcción bonita, los alrededores estaban llenos de basura. Una combinación del aire, que hace que los plástico vayan a parar a los matorrales, junto a lo maleducada que es la gente al tirar todo lo que le sobra, hace que las colinas parezcan un vertedero.
No encontramos habitación para los cabecilla de los Solana, aparte de una habitación en el Continental. El Continental es un vestigio del Tánger internacional y, por tanto, con construcción colonial. Tras permanecer varios años cerrado, el Continental abrió sus puertas. En sus épocas doradas daba al pequeño puerto de la ciudad y a un paso estaba la entonces limpia bahía de Tánger donde estaba los balnearios, tales como el Yatching Club. Hoy ya no queda nada de ese puerto pequeño, convertido en un ir y venir de barcos para pasajeros y camiones con mercancías. La limpia bahía está sucia. Lo que un día fueron los jardines del Continental, hoy es un parking para “trucks”. A todo esto hay que sumar que, por estar en medio de la medina, es pesadamente accesible para los coches. El hotel intenta conservar el mobiliario y las comodidades de la época, como subir por unas empinadas escaleras hasta el cuarto piso, ya que los ascensores no se terciaban cuando se construyó.
Decidimos, por tanto, emprender viaje a la península esa misma tarde, pero no sin antes comer lo que se come los viernes, un cuscus. Para mí, el cuscus es como la paella: si lo como bien, y sino también. No entiendo como la gente se apasionar por platos así. Pero en fin, para gustos los colores.
Tras la despedida de los padres, nos dirigimos al puerto, para vivir la última aventura. La salida se anuncia a las 1900. El fast ferry Alcantara, de la española Transmediterranea, no llega hasta las 1930. En medio de una lluvia repentina, subimos al buque por el garaje. Y allí tenemos que esperar casi dos horas a que salga. Por si fuera poco, el barco está destartalado. Es una vergüenza que una compañía como la Transmediterranea tenga estos barcos en estas condiciones, más aún cuando en otros trayectos, como el de Algeciras-Ceuta, ponen los mejores buques. De hecho, yo mismo estrené el Alcantara cuando los sillones no se caían a pedazos y cubría ese trayecto. Parece ser que lo que no se quiere en otros sitios se lo tienen que comer otros.
Dejamos atrás Tánger, con su café Hafa (parece mentira que solo allá dos veces y no haya posteado sobre él), su Golf, su gente, su estrés, y su caída libre a la que la vieja ciudad lustrosa de antaño se resiste a culminar y siempre parece que puede retomar el vuelo.
Llegamos a unos viñedos de Ronda a las 4 de la mañana. Pero, de nuevo, esa es otra historia.
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