Bélgica es un país que, en 2 horas en tren te has salido sin darte cuenta. A pesar de lo pequeño que es, tiene espacio para fabricar más de 500 cervezas distintas. Si de Gaulle decía que era dificil gobernar un país con tanta variedad de quesos, imagínense lo que es gobernar un país con tantos tipos de cervezas.
Nos vamos al sur. Puedo decir que ya conozco Bélgica de Norte a Sur. Si la vez pasada me fui a Ostende a comer caracoles verdes-grisáceos de mar, este viaje me tenían preparado un viaje cerca de las Ardenas, en el país de Semois (con ese nombre parece que vive allí un gnomo). Por supuesto, en tren, por que aquí el tren funciona a las mil maravillas. El destino era Florenville, un pueblo situado entre bosques y ríos, en la frontera con Luxemburgo y Francia.
El señor Renauld nos alquiló unas bicicletas y allí nos fuimos a trotar como cabras por las montañas. Todo chulo, creía que mis clases de Spinning iban a ayudarme. De algo sirvieron, pero en un gimnasio no te entran moscas por la boca ni empiezas a sufrir un tembleque cuando caes por una cuesta empinada llena de piedras. Incluso había tramos que por seguridad y por torpeza un decidía descalzarse la bici y hacerlo a pie. Pero la estampa era casi siempre lo más parecido a verano azul entre bosques cerrados y poco calor. Entre tanto rio te crees que el agua va a saber a gloria, pero la de este lugar sabía simplemente mala. No se puede tener todo en esta vida. Pero el sabado nos mojamos los pies y algo más a la orilla de este rio, camino de Chiny.Dicen que éste año tienen sequía ¿?¿?¿?
El campanario de la nueva abadía; a sus píes, la vieja abadía destruída durante la Revolución Francesa.
El domingo por la mañana nos fuimos a la abadía de Orval, donde unos monjes trapenses hacen cerveza y queso. El monasterio tiene su historia, que remonta al siglo XI, con quema en la revolución francesa y reconstrucción en los años 20. Fue entonces que, para sacar dinero, decidieron montar la cervecería, una de las 7 cervezas hechas por trapenses que hay en el mundo.
A la vuelta de Florenville, una pregunta en una casita en pleno bosque nos sitúa en Francia. ¡Y yo con esos pelos! Nada, salvo esos dos, ningún gabacho a la vista. Ya puedo decir que he estado en Francia.
Los belgas del sur, los belgas que hablan francés, son como franceses pero en majo. Gente tranquila, agradable y dispuesta a ayudarte. Solo se ponen un poco bordes cuando dices los números a la francesa, manera complicada donde los haya.
Gente guapa. En este país hay gente guapa y gente fea, como en todos lados. Pero en un par de generaciones, como se mezclen, que se mezclaran, negros, blancos y rubios, moros y gente de más allá, las probabilidades de que sean más guapos aumentará.
El tiempo. En el sur, nada de lluvia; sobre todo sol. No por que sea el sur (en dos horas no da tiempo a que cambie el clima), sino porque hemos tenido mucha suerte. Empezó a llover justo en la estación con la llegada de nuestro tren, con polacos borrachos incluidos, echados por un delgado, espigado y causi enclenque revisor, eso si con unos huevos puestos en su sitio al requisarles los pasaportes y ponerlos de patitas en la calle. Sin polacos que insultaran en español (espagnolll mierda, puta es curva y demás lindezas) el tren volvió a su calma.
En Bruselas el tiempo va a su aire. Aquí Maldonado no tendría nada que hacer, porque no acertaría si va a llover, o van a tener un sol de justicia. Claro que pensándolo bien, diría que estaremos entre precipitaciones y claros, y luego se iría a pasear por Chamberí. Ahora, mientras escribo, llueve a raudales. Dario toma la cámara para hacer esta foto:
Paseo por Bruselas. El lunes por la mañana uno lo dedica a mejorar el estado de su culo, después de andar tanto tiempo sentado en una bici, y a poner las articulaciones en su sitio. Después de comer cosas que llenan pero que no saben, nos fuimos Dario y yo a darnos un paseo por el centro. El café, como dos señores en la Galería Real.
Atravesando la Grand Place, nos fuimos a una calle llena de librería de viejo, con libros y discos para todos los gustos. Entre ellos la colección de Que sais-je,? presente en la biblioteca de más de un intelectual con aire de sabérselo todo. Confieso que tengo uno sobre literatura francesa que nunca he llegado a leer. Por dos euros me he comprado el diccionario filosófico de Voltaire y a correr.
Comida. Parece mentira, pero aún no me he agenciado ni unas patatas fritas callejeras con salsa a tutiplen, ni un gofre recubierto de nata y sirope de chocolate. Comida más o menos sana y casera, con compra incluida, de frutas a precio de oro, y pan delicioso.
Bueno, pues esto llega a ser todo. A ver si me quito el pijama y me pongo en marcha, valdiendo eso sí un paraguas y la sudadera que me tuve que comprar en un Springfield nada más llegar, porque aquí uno no ha salido de su pueblo, y se cree que en agosto no llueve en todos lados.
Atravesando la Grand Place, nos fuimos a una calle llena de librería de viejo, con libros y discos para todos los gustos. Entre ellos la colección de Que sais-je,? presente en la biblioteca de más de un intelectual con aire de sabérselo todo. Confieso que tengo uno sobre literatura francesa que nunca he llegado a leer. Por dos euros me he comprado el diccionario filosófico de Voltaire y a correr.
Comida. Parece mentira, pero aún no me he agenciado ni unas patatas fritas callejeras con salsa a tutiplen, ni un gofre recubierto de nata y sirope de chocolate. Comida más o menos sana y casera, con compra incluida, de frutas a precio de oro, y pan delicioso.
Bueno, pues esto llega a ser todo. A ver si me quito el pijama y me pongo en marcha, valdiendo eso sí un paraguas y la sudadera que me tuve que comprar en un Springfield nada más llegar, porque aquí uno no ha salido de su pueblo, y se cree que en agosto no llueve en todos lados.
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