viernes, 10 de marzo de 2006

Por fin es viernes

Las bolsas del supermercado pesaban más que nunca. Los potitos de verdura y de pescado, la dieta de su hija María, junto a las cervezas y los snack se añadían a la comida habitual.
Tras una semana infernal, con reuniones, guarderías, pediatra, con presentación del Briefing, después, el consiguiente cabreo del jefe, coladas, limpieza de baño y cocina, reconciliación con el jefe, avisar en el trabajo porque la abuela se retrasa para quedarse con María que ésta enferma y con las 2 horas diarias perdidas en atascos, el fin de semana se presentaba como la hecatombe. “El descanso no está pensado para mí” pensaba mientras intentaba subir las escaleras del portal, haciendo equilibrios para sacar la llave del buzón y no perder ni una sola de las bolsas.
Al fondo, Miguel, el conserje, con las manos metidas en los bolsillos de los pantalones de su traje gris, guardando la portería, un cubículo de un metro cuadrado en el que retumba SER deportivos, con el derby Real Madrid - Atlético de Madrid como monotema. El sonido de la radio le hace retomar lo que el fin de semana le depara: su marido y sus amigos viendo el fútbol el sábado, y comiéndose las tortillas de patatas y croquetas que ella se ha pasado la tarde haciendo. Por lo menos escuchará el grito de Mariano, el único amigo presentable de su marido, diciéndole “cada día te salen mejor las croquetas”. Tendrá que gritar como en otras ocasiones, porque ella se refugiará en su habitación con María, mientras plancha las camisas del marido a toda prisa y pero con toda perfección para poder sacar unos minutos de lectura de lo que ella le apetece leer, últimamente el Idiota de Dostoievski.
No le queda esperanza para el domingo. Se despertará con los lloros de María; piensa que desde hace meses no escucha a su marido decir el “ya me lavanto yo”; siente tan lejana esa frase que cree que es fruto de su invención. Luego, un paseo por el parque, con unos momentos para leer su dominical de cabecera (“cada día más pijotero” pensará al ver el extramoda).
Todo ese mínimo de tranquilidad se convierte en ansiedad, porque a las dos hay que estar en casa de la suegra para comer y soportarla: ”hija, lo que no entiendo es como no coges una rumana para que te eche una mano”. Se ha cansado ya de replicarle que ella no se puede permitir "una rumana", porque entre los dos sueldos apenas pueden pagar la hipoteca y las letras del coche; sin embargo, no se ha cansado de pensar que “una rumana” es una persona de profesión asistenta, que por las palabras y el tono de su suegra, sin fijarse en el testamento del caudillo que cuelga en “la biblioteca”, solo rezuma racismo y superioridad.
La tarde la dedicará a las coladas, y a leer los informes que el lunes tiene que tener listo en forma de power point, con letras de color amarillo fosforito en un fondo azul marino al gusto del jefe. “Anda, quédate tu con María un rato, mientras yo trabajo un poco”, le pedirá al marido.
Todas esas profecías de lo que va a suceder el fin de semana le pasa por la cabeza mientras ojea las cartas del banco, las facturas del teléfono, y la petición de la empresa de Aguas para que hagan la lectura del contador, ya que no estaban cuando el lector pasó con una PDA.
Enfila el camino hacia el ascensor, y con un “buenas tardes” saluda a Miguel; éste se adelanta un paso y le abre la puerta del ascensor: “¡Por fin es viernes!”, le dice Miguel con la mayor alegría. Ella lo mira con dulzura , y saca una sincera sonrisa, la misma que les pondrá a los futboleros, la misma que le pondrá a su dominical de cabecera, la misma que le pondrá a su suegra, y la misma que le pondrá a su marido para pedirle que se quede un rato con María. “¡Si, por fin es viernes” dice mientras se cierra la puerta del ascensor.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno Moeh, y muy cierto... tengo yo varios ejemplos en casa.
:D
¡Un saludo!

Moeh Atitar de la Fuente dijo...

¡Gracias! Me gustaría que nadie se reconociera en éste relato...pero no es así. Solo he copiado la realidad, y posiblemente la haya suavizado, porque hay cada caso...

Anónimo dijo...

Se echaba de menos tus palabras, pero ha merecido la pena esperar