Estaba tomando una café en Filo acompañado de una buena amiga, cuando un sms llegó al bolsillo de mi pantalón. Era uno de mis mejores amigos que vivía en Málaga, de esos que te sobran los dedos de las manos para contarlos, pidiéndome un favor para el miércoles (hoy). No daba más detalles.
Cuando terminé con el café y mi compañía se retiró, agarré el teléfono. “Me tienes que hacer un gran favor” me dijo con tono de esos que pone la gente para que no le puedas decir que no. “Te voy a mandar una foto a tu correo, la tienes que imprimir, meter en un sobre junto a dos euros y poner en el sobre ‘si tenéis tiempo para mí, lo tenéis para tomaros un café’” Yo no entendía nada; mi amigo siempre ha contado las historias por el final, con lo cual te cuesta enterarte. Todo cobró sentido cuando me contó la historia: sus dos mejores amigos, de la facultad andaban medio cabreados entre ellos. Los dos habían dejado la Costa del Sol para trasladarse a Madrid, y aquí apenas se veían. Mi amigo quería reconciliarlos; para ello había quedado a las 12h con los dos en el Oso y el Madroño, por separado. Yo era quien tenía que entregar el sobre que completaba el final, por el que mi amigo había empezado.
Me pareció una soberana estupidez sacada de cualquier peliculilla de esas que ponen en A3TV los sábados por la tarde; pero por un amigo merece la pena perder un rato.
Empecé a cambiar de parecer cuando vi la foto: eran sus dos amigos cantando mientras uno de ellos tocaba la guitarra. La foto iba acompañada de una frase de Cunnighan: “amigos son aquellos extraños seres que nos preguntan cómo estamos y se esperan a oír la contestación”.
Me puse el disfraz de espía que va a entregar un sobre a su contacto. En pleno mes de junio, con un calor de aquí te espero, prescindí de la gabardina y solo usé las gafas de sol. Me encaminé al lugar del encuentro. Solo conocía a uno de ellos; los dos ya charlaban, y parecían preguntarse qué leches hacían allí los dos. Cuando me vieron aparecer no entendieron nada; menos cuando les entregué el sobre. “Esto si que no me lo esperaba”, me dijo el que me conocía. Yo, metido en mi papel de mensajero, me fui sin esperar a que lo abrieran. A unos diez metros de ellos me di la vuelta, y los dos estaban leyendo la foto, ya que merecía ser leída en lugar de se vista. Sonreían. Cogí el móvil y le mandé un sms a mi amigo: “Misión cumplida. Estas como una cabra, pero eres un muy buen amigo”.
Esto es amistad.
Cuando terminé con el café y mi compañía se retiró, agarré el teléfono. “Me tienes que hacer un gran favor” me dijo con tono de esos que pone la gente para que no le puedas decir que no. “Te voy a mandar una foto a tu correo, la tienes que imprimir, meter en un sobre junto a dos euros y poner en el sobre ‘si tenéis tiempo para mí, lo tenéis para tomaros un café’” Yo no entendía nada; mi amigo siempre ha contado las historias por el final, con lo cual te cuesta enterarte. Todo cobró sentido cuando me contó la historia: sus dos mejores amigos, de la facultad andaban medio cabreados entre ellos. Los dos habían dejado la Costa del Sol para trasladarse a Madrid, y aquí apenas se veían. Mi amigo quería reconciliarlos; para ello había quedado a las 12h con los dos en el Oso y el Madroño, por separado. Yo era quien tenía que entregar el sobre que completaba el final, por el que mi amigo había empezado.
Me pareció una soberana estupidez sacada de cualquier peliculilla de esas que ponen en A3TV los sábados por la tarde; pero por un amigo merece la pena perder un rato.
Empecé a cambiar de parecer cuando vi la foto: eran sus dos amigos cantando mientras uno de ellos tocaba la guitarra. La foto iba acompañada de una frase de Cunnighan: “amigos son aquellos extraños seres que nos preguntan cómo estamos y se esperan a oír la contestación”.
Me puse el disfraz de espía que va a entregar un sobre a su contacto. En pleno mes de junio, con un calor de aquí te espero, prescindí de la gabardina y solo usé las gafas de sol. Me encaminé al lugar del encuentro. Solo conocía a uno de ellos; los dos ya charlaban, y parecían preguntarse qué leches hacían allí los dos. Cuando me vieron aparecer no entendieron nada; menos cuando les entregué el sobre. “Esto si que no me lo esperaba”, me dijo el que me conocía. Yo, metido en mi papel de mensajero, me fui sin esperar a que lo abrieran. A unos diez metros de ellos me di la vuelta, y los dos estaban leyendo la foto, ya que merecía ser leída en lugar de se vista. Sonreían. Cogí el móvil y le mandé un sms a mi amigo: “Misión cumplida. Estas como una cabra, pero eres un muy buen amigo”.
Esto es amistad.
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