lunes, 8 de marzo de 2010

Aún queda

Madrid. Autobús de la línea 5. Una pareja de ancianos se suben. Él, primero, con paso firme apoyándose en un bastón. Tiene un ligero bigote, y en la solapa de su abrigo oscuro luce una suerte de condecoración de la guerra civil (bando nacional, un detalle que tampoco hay que elevar a categoría). Ella sube justo después. Él avanza y se sienta al lado mía. Ella se dispone a sentarse en un sitio vacío, individual, en la cabecera del bus. Me doy cuento y le cedo mi sitio. "No te preocupes majo, que prefiero ir aquí", dice ella, con una voz entreñable. Y en esas el hombre, que no había dicho nada y no esperaba yo que dijera nada, suelta: "¡Qué te vengas aquí!". "No", responde ella, "me hace ilusión sentarme aquí". Ilusión: "2. f. Esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo". Él: "¡Te he dicho que vengas aquí!". Ella se levanta, con la cabeza cabizbaja, me mira con casi llorosa, llena de rabia, y me dice: "Quién manda, manda, y quien obedece, obedece".

Los observo. Me imagino su vida. Estoy convencido que el cabrón no sabe ni donde tiene sus calzoncillos, que su mujer ha dedicado la totalidad de esa parte de vida compartida a que semejante capullo viva tan ricamente, y ella viva subyugada a sus gritos y sus mandos. No creo que le haya puesto la mano encima. Tenía pinta de haberla sometido con su autoridad.

Pese a todo él tiene peor cara. Quizá tener una jeta de amargado, esa postura de entrecejo fruncido todo el tiempo, le acorte su vida. Que se joda si vive mucho menos que ella. Pero lo peor es que su ausencia, podría llevarla a ella a no saber vivir sin un cabrón al que lavarle la ropa, porque ella está tan convencida de que no son los gritos los que mandan, sino que lo quiere, lo ama y lo adora. Incomprensible. Mejor sería que, tras unas lágrimas de rigor en el funeral delante de sus hijos, por eso de disimular, ella se dijera: "Por fin me podré sentar en el asiento que me dé la gana". Lunes, 8 de marzo de 2010. Qué paradoja.

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