Calle Mayor. Una de la tarde. Un padre (rondando los cuarenta) y una hija (cinco o seis años) caminan hacia la Plaza Mayor. La niña suelta una moneda ante un hombre quieto, congelado y disfrazado de soldado. Cuando la pieza choca contra el resto de la recaudación matutina, el soldado responde disparando una metralleta de juguete, con una luz roja en el cañón que se acompasa con un histriónico sonido.
Los dan unos pasos, lo suficiente para que parezca que la estatua humana no le lleguen a sus oídos las palabras que el padre le va a decir
-- Hija, no puedes darle moneditas a todos...tienes que eligir el que más te guste, el que mejor lo haga...
-- ¡Pero si lo hacen todos muy bien! - responde la niña con un puchero
-- Ya pero tienes que elegir, que sino te vas a quedar enseguida sin monedas...
-- ¿Y si me gusta uno más que otro le puedo quitar la moneda que le he dado?
La conversación se pierde entre el ruido del acordeón de un acordeón al que padre e hija se dirigen.
lunes, 5 de octubre de 2009
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