martes, 11 de abril de 2006

Eran dos en el Chicote

Bar Chicote. Calle Gran Vía, Madrid. Son las 2.30 de la madrugada. Entran un hombre y una mujer.
Ella va vestida con un traje chaqueta negro, blusa blanca, y zapatos de bailarina oscuros con un entramado sinuoso de líneas blancas. Situada en la segunda mitad de su treintena. Pelo corto y suelto, a la altura de la nuca.
Él parece algo mayor, quizá los cuarenta bien cumplidos. Traje chaqueta gris perla, corbata azul. Gafas que le dan una aire de haber sido un empollón.
Cada uno porta una bolsa de papel amarilla idéntica.
Se sientan. Él pide un mojito. Ella un combinado.
Tres observadores: David Moeh y Covadonga. Los tres montan cada uno su historia; ésta es la que Moeh, cinco días más tarde, se imagina:
- Me aburren mucho estos encuentros – toma un breve trago de su copa -No sirven para nada.
- Bueno, por lo menos podemos conocer a gente con la que normalmente solo intercambiamos correos ¿no crees?- le pregunta él, al tiempo que ella esboza una sonrisa.
- Algunos casi mejor no conocerlos ni por correo – responde ella, con la sonrisa derivada hacia una carcajada. Se refiere, y así lo entiende él, al nuevo director general, un JASP con master en todo menos en la vida.
El silencio inunda la mesa. Dos sorbos de su mojito; uno de su combinado. Él entrelaza, nervioso, las manos. Está inseguro. No sabe qué hacer, cómo dirigirse a ella. Le gusta.
Ella está segura; sabe que van a hacer lo que ella quiera, lo que ella decida. Es consciente de su superioridad: se ve guapa, pese al aspecto demasiado serio que le da su traje negro. Piensa que él está embobado. Sabe que tendrá que conducir la situación, que llevarle a dónde ella quiere. Para sacar tema, coge la bolsa amarilla. Saca la manta que les han regalado y la toca:
- Está suave. – dice con una voz muy dulce y melosa, combinación fatal para despertar en él aún más nerviosismo.
- La verdad es que sí – comprobando con la suya y, con disimulo, aprovechando para secarse las manos del sudor que le causan los nervios. Es cuando él se fija en el anillo que en 10 años no se ha quitado.
- ¿Cómo se llama?- le pregunta ella.
- ¿Quién? – pregunta él, esperando a qué se refiera a otra cosa que nada tenga que ver con su mujer.
- Tu mujer – y él se hunde, porque aflora el tabú, la inseguridad, la infidelidad de tomarse una copa con otra y, lo peor, que le gusta.
- Se llama Rosario – responde - bueno, Charo.
- ¿Cuánto tiempo lleváis casados?
- Diez años ya. Tengo una hija – está convencido de que ya ha perdido toda posibilidad de besarla. Se siente más seguro, y separa sus manos. “Ya no hay nada que perder, al fin y al cabo solo estoy tomando una copa”, piensa.
- ¡Qué suerte! Seguro que tienes una foto en la cartera
- No, la tengo en la PDA - se lleva la mano al bolsillo laterar de la chaqueta y saca su PDA - me he modernizado.
Los siguiente 10 minutos permanecen enseñándole las fotos de su hija y de su mujer; las fotos de la casa rural que ella regenta, que un día fue la casa del pueblo donde ella nació. Le explica que viven separados por su trabajo de jefe de ventas a nivel europeo le hace viajar por todas las capitales del continente. Solo los fines de semana.
- ¿Pero la quieres?- le pregunta ella, que ya ha abandonado su tono dulce, meloso con el cual solo quería provocarle.
- Si, claro que la quiero, ¿por qué no la voy a querer?
- Porque estás aquí conmigo. ¿Qué pensaría ella si te viera conmigo aquí, en el Chicote, un bar que un día fue un puticlub?
- Pues creo que estaría más tranquila que se me hubiera ido al puticlub de Colón, con el nuevo Director general para celebrar su ascenso.
Los dos rieron.
- Es un halago. Me prefieres a las putas más caras de Madrid.
De nuevo risas.
- Y tú, ¿no estás casada? – le pregunta él. La respuesta viene con un movimiento lateral.- seguro que tienes novio.- el mismo movimiento.
- Ahora no me interesan los hombres. No tengo tiempo. Si tu viajas por Europa todo el día, a mi me toca patearme toda España, con algún viajecito a Argentina y Chile.
- Eso lo dices porque no has conocido a nadie que te merezca la pena...
Ella le interrumpió de manera cortante:
-¿Y tú qué apenas ves a tu mujer y a tu hija? Es lo mismo – su tono de voz se había agitado.
Él nunca había entendido ni a las mujeres ni a los hombres: no tenía tacto. Pero enseguida comprende que ese es terreno farragoso. Apura el mojito hasta subirlo trozos de hierba buena.
- ¿Pedimos otra? – preguntó él mirando a su combinado vacío.
- No. Prefiero que nos vayamos al hotel – de nuevo con el tono meloso.
El taxi, tomado al pie de la Cibeles les lleva hasta su hotel, en plena Castellana. Un cinco estrellas. Tras el ascensor la acompaña hasta la puerta de la habitación. Cuando quedan unos metros para la puerta, se mete las manos en el bolsillo, y toca la PDA.
- ¿Te invito a la última? – le propone ella.
El tacto metálico y frío de la PDA le hace responder:
- Estoy muy cansado – responde, y sacándose la PDA añade – además ya sabes porque no puedo.
Dos besos. Uno en cada mejilla.
Transcurre la noche para llegar a la inevitable mañana del día siguiente. Cuando ella sale de la ducha, ve que tiene un sms: “Nos veremos pronto?” . Ella se muerde el labio. Se toca el pelo mojado. “quien sabe? Dentro de 6 meses hay otra convención.”

[Pido disculpas a Covadonga y a David por el retraso. Sus relatos son francamente buenos, muy buenos. Yo me he divertido y he disfrutado con esta historia a tres bandas. Gracias por hacerme caso en esta locura creativa.]

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Bueno, bueno. Te haces rogar, pero al menos ha merecido la pena.
Ha molado mucho esta experiencia. Hay que repetir

Covadonga del Peso dijo...

Mmmm, pensaba que tu historia terminaría de forma diferente... jejeje. Es cierto nos han quedado tres historias muy chulas. Estoy de acuerdo con David... ¡Hay que repetir la experiencia!

Anónimo dijo...

¿Un puticlub?
Creo que eso sí que lo fueron los Gabrieles. En Chicote había de todo y para todos. Las primeras drogas llegaban allí. Cuando las cartillas de racionamiento, en Chicote tenían penicilina de estraperlo.

Moeh Atitar de la Fuente dijo...

Ná...Rosa...ni caso...es lo que le había contado a la prota...;-)
Covi y Alnfanhui: perdonad el retraso. Los primeros días de vacaciones no fueron muy propicios para escribir. Repetimos cuando queraís.